Page 471 - El Misterio de Belicena Villca
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–Estoy de acuerdo, tio Kurt, que dispongas de un tiempo para leer la carta.
                 Pero dime ahora ¿cómo es posible que el día de mi llegada estuvieses
                 aguardando un ataque de los Druidas?; quiero decir: ¿cómo sabías que Ellos
                 estaban por venir?
                        –¡Pues porque el día anterior había escuchado  el zumbido, el
                 inconfundible zumbido de las abejas melíferas, que delata el empleo del Dorje
                 sobre el Corazón ! Sí neffe. Desde ese instante me acometió una incontrolable
                 taquicardia que aún me dura. Pero una vez más todos sus trucos fracasaron
                 frente a los poderes con que me han dotado los Dioses, y se verán obligados a
                 enfrentarse cara a cara conmigo. –Sus ojos brillaban desafiantes, pero Yo quería
                 aclarar las cosas. La alusión al zumbido y al Dorje, elementos que Belicena
                 mencionara el Dia Vigesimoquinto, cuando Bera y Birsa convirtieron en Betún de
                 Judea la sangre de los Señores de Tharsis, antes de leer su carta, me había
                 dejado helado de estupor.
                        Temblando, le pregunté:
                        –Pero, entonces ¿ya habías oído anteriormente ese zumbido?
                        –Por supuesto, Arturo. Lo escuché por primera vez en 1938, hace 42 años.
                        –¿Y dónde? –inquirí con asombro creciente, que se iba anticipando a la
                 sorpresiva respuesta.
                        –En el Tíbet; en la frontera entre este país y la China. Fue durante una
                 expedición a las Puertas de Chang Shambalá.

                        La sangre se me agolpó en las sienes, me sentí confundido, mareado, y
                 entreví la posibilidad de perder el sentido. La habitación había desaparecido de
                 mi vista y en mi mente, junto a mil conceptos y situaciones que surgían de la
                 carta de Belicena Villca, las preguntas se reducían a su extrema abstracción:
                 qué, cómo, cúando, dónde, pugnando por tomar forma concreta y ametrallar a tío
                 Kurt. Este, que advertía mi confusión, comenzó a reir alegremente.
                        –¿Has visto neffe? ¡Lo sabía! Será imposible que logres comprender nada
                 de la manera como propones el diálogo. Todo te lo diré, no temas. Pero para que
                 puedas aprovechar mi experiencia, para que puedas comprenderla, lo mejor es
                 que conozcas un resumen de mi vida. Te lo repito: espera hasta que lea la carta;
                 luego te relataré mi pasado y entonces sí tendrán consistencia tus preguntas y
                 adquirirán sentido mis respuestas.
                        Empero, –prosiguió– como veo que tu impaciencia no es pequeña, te daré
                 algo en qué pensar durante estos días.
                        Si no he entendido mal, tratarás  de hallar una Orden esotérica que
                 presumiblemente existiría en Córdoba, una Orden de Constructores Sabios, una
                 Orden dedicada al estudio de la Sabiduría Hiperbórea?
                        Asentí con un gesto.
                        –Pues bien, neffe: Yo estoy en  condiciones de afirmar que muy
                 posiblemente dispongo de noticias precisas sobre dicha Orden. Y no sólo sobre
                 ella sino sobre el misterioso Iniciado que la ha fundado.
                        Aquello era lo último que hubiese esperado escuchar y, nuevamente, los
                 labios permanecieron sellados mientras  en la mente los interrogantes se
                 formaban a gran velocidad.
                        Pero tío Kurt no me dio tiempo a preguntar:
                        –¡Te lo probaré! –dijo, mientras desataba un paquete que había traído
                 disimulado en su campera. Indudablemente tío Kurt  no tenía intenciones de

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