Page 466 - El Misterio de Belicena Villca
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Estos libros son una segunda fuente turística para Santa María, pues allí
                 hay firmas y notas de gente, de todo el mundo, que llegó hasta el Ampej Palacios
                 a buscar una esperanza. Ricos y pobres, curas y médicos, nobles y plebeyos,
                 todos han firmado sus libros para testimoniar la sabiduría del Ampej. Aquí no hay
                 magia ni hechicería sino pura y simplemente Sabiduría Antigua que dinastías de
                 Ampej diaguitas han conservado y transmitido de padres a hijos. Hoy los hijos de
                 Ampej Palacios son Médicos graduados en la Universidad de Salta y
                 especializados en: ¡Traumatología! Siguen así la tradición familiar y practican con
                 éxito un conocimiento miles de años más antiguo que la Ciencia materialista de
                 Occidente.


                        Acompañado por el Ampej Palacios, volvió tío Kurt media hora más tarde.
                 Este, que es un viejo corpulento de gruesos mostachos blancos y manos tan
                 grandes como una alpargata Nº12, se entregó a revisar mi cabeza y brazos.
                        –La cabeza no está rota –afirmó el  Ampej diez minutos después– pero
                 habrá que esperar unas horas para saber si no hay lesión en el cerebro. El brazo
                 izquierdo está roto, hay que ponerle escayola; el derecho tiene el hueso sano
                 pero la carne está muy lastimada.
                        –Mirá Cerino –continuó el Ampej– no  creo que esté grave pero hay que
                 coserle la cabeza y el brazo, y darle desinflamatorios y antibióticos. Demasiado
                 para mí que sólo arreglo huesos; te mandaré al chango menor que justo está de
                 visita. El es Doctor y lo atenderá mejor.
                        Una hora después llegaba el Dr. Palacios rezongando, pues debía viajar a
                 Salta a las 5 hs. y lo habían despertado a la 1.
                        Se entregó de lleno a su tarea administrando varias inyecciones, cosiendo
                 las heridas del brazo derecho y enyesando el izquierdo.
                        El tajo del cuero cabelludo lo cerró, previo afeite de la zona lastimada, con
                 unos ganchitos de plástico inerte.
                        –¿Seguro que los perros no están rabiosos? –preguntó con desconfianza
                 el hijo del Ampej.
                        –Puedo asegurarlo, –afirmó tío Kurt horrorizado–. Mordieron porque Yo lo
                 ordené; son animales muy domesticados  y me obedecen ciegamente. Jamás
                 atacarían a nadie por sí mismos.
                        Movía la cabeza el Doctor mientras murmuraba algo sobre las dudas que
                 albergaba en cuanto a la mansedumbre de los dogos del Tíbet.
                        Tres horas después se iba el Dr. Palacios y tío Kurt, luego de tomar las
                 llaves que tenía en el saco  Safari, entró el automóvil a  la finca y lo estacionó
                 adentro de su garaje.

                        El segundo día intenté levantarme pues volví en mí en un momento en que
                 no había nadie en el cuarto. Sentí, entonces, una terrible debilidad y un mareo tal
                 que casi caigo al suelo. Quedé sentado en el borde de la cama contemplando, no
                 sin cierta curiosidad, el lugar en que me hallaba.
                        Era un cuarto sobriamente amueblado, con juego de dormitorio de nogal
                 tallado y cama con mosquitero de encaje. Que estaba en un  primer piso, lo
                 deduje por el techo en pendiente y las  gruesas vigas de quebracho que lo
                 soportaban. En ese momento entró la  vieja Juana y se espantó de verme
                 sentado.

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