Page 463 - El Misterio de Belicena Villca
P. 463

LIBRO  CUARTO



                 “La Historia de Kurt Von Subermann”


                 Capítulo I


                        Corrían, corrían turbulentas las aguas  y me arrastraban sin que pudiera
                 evitarlo. Cerca, envuelta en un estruendo de ruido y espuma, la cascada absorbía
                 torrentes de agua como una titánica garganta sedienta. Me acercaba al abismo
                 rugiente, veía el borde, trataba de nadar inútilmente pero el agua me arrastraba.
                 Al final caía de cabeza en el torrente. Era el fin. Me estrellaría en el fondo, contra
                 afiladas rocas. Debía abrir los ojos. Debía abrir los ojos...

                        Haciendo un esfuerzo supremo abrí los ojos, que fueron instantáneamente
                 heridos por un resplandor terrible. Parpadeaba tratando de acostumbrar la vista al
                 Sol, en tanto comprendía que me  encontraba acostado  en una habitación
                 desconocida. Miraba como hipnotizado la ventana, ornada de blancos cortinados,
                 mientras poco a poco se disipaban las  brumas en que estaba envuelta mi
                 conciencia.
                        Lo primero que asumí fue el intenso dolor en la cabeza, más una especie
                 de presión sobre el cuero cabelludo y la  frente. Intenté llevar las manos a la
                 cabeza y un nuevo dolor me punzó el sistema nervioso. Casi no podía mover los
                 brazos, que estaban, ambos, vendados hasta  el codo. El izquierdo era el más
                 afectado y sensible, pues un pequeño movimiento parecía un suplicio; el derecho,
                 igualmente dolorido, aparentaba estar en mejores condiciones. Con este último
                 comprobé que un vendaje me cubría todo el cráneo hasta la frente. El movimiento
                 fue muy penoso, realizado por reflejo al recobrar el conocimiento. No obstante su
                 fugacidad, resultó suficiente para alertar a la persona que se hallaba sentada
                 hacia la derecha de la cama, en un  ángulo tal que me impidió percibir su
                 presencia desde un primer momento. Era un hombre enorme, de mirada aguda y
                 voz estruendosa, el que se acercaba  hacia mí con gesto preocupado y...
                 vociferando. Más viejo que como lo recordaba desde aquella noche en mi niñez,
                 no había cambiado mucho sin embargo: ¡era sin dudas tío Kurt!
                        Su semblante se mostraba abatido y su voz penosa, diciendo
                 incoherencias:
                        –Eres mi único sobrino y casi te he matado. ¡He derramado mi propia
                 sangre! Una maldición ha caído sobre mí. Oh Dios, mi fin está cercano ¿por qué
                 añades esta desgracia a mis sufrimientos?...
                        Te pondrás bien Arturo, hijo mío, –continuaba tío Kurt con voz dolorida– te
                 repondrás. El  Ampej Palacios te ha revisado y asegura que pronto mejorarás
                 ¿cómo podrás perdonarme, criatura?...
                        Seguía tío Kurt farfullando sin parar sus quejas y disculpas mientras
                 mantenía clavada en mí esa potente mirada azul.
                        Envuelto en un sopor creciente, haciendo esfuerzos por coordinar las
                 ideas, reconocí en el rostro crispado de mi interlocutor las facciones conocidas de
                 mi madre.
                                                         463
   458   459   460   461   462   463   464   465   466   467   468