Page 532 - El Misterio de Belicena Villca
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Sentado en un ridículo sillón Luis XV, que nada parecía tener que hacer
                 allí, frente a una mesa normanda y unas sillas fraileras, observaba con sorpresa
                 que Konrad Tarstein se aprestaba a llenar una ficha. Era lo más alejado de una
                 actividad espiritual que yo podía imaginar y por eso titubeé al dar mis datos
                 personales, actitud que Tarstein interpretó erróneamente como producto del
                 temor.
                        –No tema –dijo Tarstein– los libros de la Orden nunca podrían ser
                 hallados. Puedo asegurarle, Herr Von Sübermann, que jamás ha ocurrido una
                 filtración importante sobre detalles del Culto o la identidad de nuestros miembros.
                 Hemos sufrido deserciones y alguna traición menor, pero siempre en los niveles
                 superficiales de la Orden, y por gente que no poseía un conocimiento muy
                 preciso de la organización interna.
                        –¿Recibe muchos aspirantes Señor Tarstein? –pregunté.
                        Konrad Tarstein levantó la vista de la ficha y me observó unos largos
                 minutos con curiosidad. Al fin, como si cayera en la cuenta de un olvido u
                 omisión, se llevó una mano a la frente en tanto su rostro se iluminaba con una
                 sonrisa.
                        –¡La parquedad de Rudolph Hess! –dijo como si pensara en voz alta–. Su
                 eterna y tímida parquedad. Debí suponer que Ud. no estaría avisado de que esta
                 entrevista no forma parte de ninguna práctica regular en la  Thulegesellschaft.
                 Dígame Kurt Von Sübermann ¿Qué información recibió de Rudolph Hess para
                 llegar hasta aquí?
                        Le respondí en forma completa sobre todo cuanto sabía acerca de la
                 Thulegesellschaft: lo que había dicho Rudolph Hess en nuestra charla de la
                 Cancillería, la noche de la graduación, y la referencia a un “contacto” en Berlín,
                 Konrad Tarstein, expuesta en su carta que llegó a mis manos por mediación del
                 Oberführer Papp.
                        Mientras hablaba me asaltaba la duda de que se hubiese producido un
                 inesperado malentendido, a causa de  algún error cometido por mí en la
                 interpretación de las instrucciones. Pero por más que reflexionaba no encontraba
                 ningún motivo que pudiese haber provocado  la sorpresa de Tarstein ante mi
                 pregunta sobre la recepción de otros aspirantes a la Thulegesellschaft. ¿O es
                 que, efectivamente, no venían jamás otros aspirantes a la Gregorstrasse 239?
                 Esto me lo confirmó, finalmente, Konrad Tarstein pocos minutos después. Aprobó
                 con un gesto de su calva cabeza todo cuanto dije y, luego de guardar la ficha en
                 un maletín de cuero, me invitó a pasar a un ambiente interior del enorme caserón.
                        La sala donde estábamos se conectaba con la puerta de calle por medio
                 de un pasillo desde el pequeño hall. A la derecha se veía una escalera de fina
                 madera lustrada y alfombrada, que,  mediante una curva de noventa grados,
                 conducía a la planta superior y se continuaba en la baranda, la cual se extendía
                 lateralmente a lo largo de un pasillo, perfectamente visible desde abajo. Hacia el
                 frente de la sala se abrían dos puertas de grandes marcos de madera tallada.
                 Tomando por la puerta de la derecha accedimos, con Tarstein, a un patio abierto,
                 rodeado de galerías con pequeñas columnas bajo arcos normandos, en cada uno
                 de los cuales se abrían sendas puertas. Siguiendo la galería de la izquierda,
                 recorrimos la distancia de un lado del patio embaldosado y continuamos a través
                 de una puerta cancel transversal que nos condujo a otro patio, éste cerrado con
                 una campana de vidrio, en tanto la galería se extendía a lo largo de este patio
                 para morir en la pared del fondo.

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