Page 533 - El Misterio de Belicena Villca
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Antes de llegar allí, entramos en la última de las incontables puertas que
daban a las galerías traspuestas. El sitio al que habíamos arribado, luego de tan
laberíntica excursión, era en verdad sorprendente. Al cerrar la puerta que daba a
la galería, diríase que entrábamos a un moderno apartamento, más propio de
estar en un rascacielos de la Bernaverstrasse que allí, en el corazón de una
decadente mansión del siglo XVIII.
–¿Le sorprende Sr. Kurt? –preguntó sonriendo Konrad Tarstein–. Hice
remodelar un ala de esta antigua casa para vivir con cierta comodidad. Nada del
otro mundo, más bien sencillo, pero cómodo para quien ya tiene recorrido gran
parte del camino final.
...Vea Kurt, ésta es la cocina, moderna y bien instalada; éste, el comedor y
living-room. Por aquí, por favor. Vea, éstos son los dormitorios, hay dos porque
suelo recibir a un matrimonio de viejos amigos como huéspedes. Pase por aquí
Kurt; vea, éste es el principal ambiente, adonde paso gran parte del día y la
noche.
Nos hallábamos ante un cuarto de grandes dimensiones, con las cuatro
paredes cubiertas de estanterías con libros. En el centro, bajo una lámpara
cuadrada y de altura regulable que colgaba del techo, una mesa tapada de libros,
algunos abiertos, otros apilados, y varios manuscritos, dejaba adivinar el lugar de
trabajo o estudio de Konrad Tarstein.
Algo abrumado por el particular espectáculo que estaba presenciando y
conteniendo los deseos de ir de inmediato a examinar los lomos de los libros, que
evidentemente eran muy antiguos, contuve mi ansiedad y pregunté:
–¿Por qué aquí? ¿Por qué construir una casa dentro de otra casa? ¿No
era más factible adquirir otra propiedad más cómoda en un barrio más
respetable?
–Calma, calma, Kurt, –dijo Tarstein– esto ha sido hecho así por una
importante razón: No podemos abandonar esta propiedad que es muy querida
para nosotros. En ella han pasado cosas muy importantes para la Alemania y la
Humanidad. Por eso, aunque pocos son los que suelen visitarla, nosotros la
mantenemos intacta, sin cambiar nada de su antiguo y desconcertante mobiliario.
Hace treinta años, en 1908, funcionaba aquí una agrupación secreta cuyos
miembros fundaron en 1912 la Germanenorden que luego daría lugar a la
Thulegesellschaft y al N.S.D.A.P. ¿Entiende ahora por qué debemos conservar
esta casa?
–Porque aquí empezó todo, –dije con admiración.
–Exacto, aquí empezó a escribirse la historia del próximo milenio. ¡¡Aquí,
solamente aquí, vinieron un día los Superiores Desconocidos a sellar la fundación
del Tercer Reich!! Antes caerá Berlín de sus cimientos que pueda tocarse un
alfiler en esta casa sagrada.
Cuando Konrad Tarstein hablaba en esta forma, su chillona voz adquiría
tonos proféticos y se tornaba magnética y atrayente, haciendo olvidar por
momentos el estrafalario aspecto de quien la emitía.
–Vamos a tomar una taza de té –propuso Tarstein– y le impondré de
algunas cosas que debe saber de la Thulegesellschaft y del arreglo que hemos
hecho con Rudolph Hess sobre su ingreso.
Le acompañé lamentando dejar aquella fascinante biblioteca, hasta la
flamante cocina. Abandonamos la biblioteca por otra puerta, adyacente de la que
habíamos entrado, y fuimos a dar nuevamente a la galería y al patio. Comprendí,
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