Page 528 - El Misterio de Belicena Villca
P. 528
sonido del Dorje de los Druidas, y me advirtió que sería atacado; mas Yo no he
respondido a Sus mensajes. Nunca lo he hecho desde 1945.
–¿Dios mío! ¿Por qué, tío Kurt?, ¿cómo has podido quedarte en silencio,
permanecer indiferente frente a la Voz de los Dioses? –no comprendía su actitud
y se lo hacía saber casi gritando. Perseguido por los Druidas, por la Fraternidad
Blanca, por toda una Jerarquía de seres infernales: ¿cómo se podía despreciar la
única ayuda posible, el auxilio de los Dioses Liberadores? Oh mein Gott, qué
difícil se me hacía entonces entender a tío Kurt.
–Sé que no puedes comprenderme, Arturo. Pero es que tendrías que
ponerte en mi lugar, estar en mi pellejo en 1945, viendo a Alemania destruida por
la Sinarquía de los Aliados y comprobando que los hombres más Sabios, los
Iniciados de la Orden Negra, desaparecían sin dejar rastros en los Oasis
Antárticos o a través de las Puertas Expandidas. Y mientras Ellos se iban, hasta
la Batalla Final o quién sabe hasta cuando, Yo recibía la orden de quedarme en
el Infierno, solo, a cumplir una misión de la cual no sabía nada en absoluto y en la
que no creía. Sí, neffe, puedes llamarle falta de fe o como quieras, pero Yo no
creía que mi permanencia aquí fuese realmente importante: me sentí
abandonado, traicionado por los Dioses, librado a mi suerte. ¿Qué podría hacer
Yo frente a la Gran Conspiración triunfante? Y sin embargo estaba equivocado.
Ahora lo sé, y espero que no sea tarde para corregir mi estúpida postura. La carta
de Belicena Villca me ha mostrado una parte insospechada de la Historia, un
costado que otorga sentido final a mi vida. Porque, naturalmente, sólo me resta
morir con honor para lavar la mancha de estos años de quietud innoble.
Tío Kurt se torturaba inútilmente y, una vez más, era Yo el causante de su
dolor. Maldecí haber preguntado y hubiese querido que la tierra me tragase allí
mismo. Y no había forma de detener su subjetiva autocrítica.
–¡Yo soy un , Arturo! ¡Un Iniciado de la Orden Negra ! –dijo con
desesperación–. Y me he mantenido en una cómoda situación; oculto todos estos
años, pero seguro, cómodamente seguro!: ¡maldito sea Yo y todos los oficiales
que hayan actuado del mismo modo! ¡Deberíamos haber luchado, formado
conciencias jóvenes, revelado la Sabiduría Hiperbórea! Pero preferimos callar,
asumir una actitud cobarde que pretendía ser prudente: Imagínate, Arturo: ¡si ni a
los Dioses fui capaz de responder, cuánta menos voluntad tendría para
esclarecer a nadie! ¿Y sabes por qué? ¡porque en el fondo no creímos en las
nuevas generaciones, ni en el Triunfo del Führer, ni en la Batalla Final! Tal vez, y
digo sólo “tal vez”, seamos en parte disculpados porque en nuestra convicción ha
de haber intervenido la mano del Enemigo, el Poder de Ilusión de la Fraternidad
Blanca. Fuimos incrédulos y egoístas, y no debemos esperar perdón de los
Dioses pues Ellos no son jueces. En verdad, estamos obligados por nosotros
mismos, por nuestro honor...
Hasta hoy, neffe, viví adoptando el papel de víctima, afirmando con
intransigencia que nada se podía hacer contra la Sinarquía salvo aguardar la
Batalla Final, el Fin del Mundo, el Apocalipsis, una intervención Divina. Y esto lo
decía con ironía, sin creer que la Parusia fuese a ocurrir, que Yo llegase a verla.
Y en mi desdén, y en la indiferencia de tantos otros que quizás obran igual que
Yo, condenamos a la ignorancia a quienes con seguridad deberán participar en la
Guerra Esencial, en la Batalla Final de la Guerra Esencial. ¡Oh, Dioses, que
necios hemos sido! No lo había comprendido hasta hoy, hasta que tú viniste y me
expusiste tu vida predestinada, hasta que tú me relataste los años de búsqueda y
528