Page 525 - El Misterio de Belicena Villca
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fiesta en lo de Juan Pérez y este recuerdo apareció en la conciencia como una
                 imagen que fue prontamente traducida por la razón en forma de proposición: la
                 corbata verde.
                        Porque si en lugar de preguntar, simplemente evocamos el recuerdo de la
                 corbata usada, ésta “aparecerá” sin ser necesariamente la respuesta a una
                 pregunta ni tampoco una proposición.
                        Cuando comprobé esto y verifiqué fehacientemente que al “recordar” la
                 conciencia se “dirige” hacia el recuerdo, dispuse análogamente mi Espíritu para
                 “dirigirse” a la Voz.
                        Al principio no tuve éxito, principalmente porque la razón interfería con
                 dudas y escepticismo, pero cuando me concentré bien y pude recrear en la
                 mente los momentos fugaces en que la Voz irrumpió, entonces comencé a
                 progresar. La Voz había aparecido y desaparecido en un instante, con una
                 velocidad mayor que el más veloz de mis pensamientos, al punto que, a veces,
                 no solía distinguir claramente sus palabras.
                        Por eso es que debía concentrarme mucho, y evocar el recuerdo, sólo
                 evocar, no interrogar, disponer la conciencia para que sobrevenga el recuerdo y
                 permanecer en total inmovilidad espiritual. El que entienda comprenderá que no
                 se trataba de una actitud contemplativa sino de una actitud enérgica (de energía),
                 similar a la del guerrero un instante antes de descargar el brazo con la espada,
                 plena de fuerza potencial. En la contemplación hay paz (quietud), en la evocación
                 energía expectante.
                        El procedimiento empleado con éxito puedo explicarlo así: Recreaba en mi
                 Espíritu el momento en que apareció la Voz. Trataba que este recuerdo fuera lo
                 más “exacto” posible, es decir, que me transportara psicológicamente al clímax
                 vivido durante la experiencia. Entonces se presentaba la Voz, el recuerdo de la
                 Voz, tan velozmente como “recordaba” que había aparecido. Pero entonces,
                 utilizando el recientemente descubierto poder “orientador” de la conciencia,
                 “dirigía” a ésta “hacia” la Voz (repito: como quien recuerda) y lograba así
                 “ampliar” imperceptiblemente el Tiempo de manifestación de la Voz. Surgía la voz
                 en el recuerdo y Yo trataba de ceñir el recuerdo en torno a ella, recortando lo
                 accesorio, concentrándome  sólo en ella, tratando de convertir la fugacidad en
                 permanencia, sin que por esto perdiera  en algo su dinámica vocal. Así iba
                 logrando, cada vez más, “seguir” el mensaje de la Voz desde su aparición hasta
                 su extinción.
                        La aparición (comienzo) no me preocupaba, pero sí la extinción, pues iba
                 ampliando cada vez más el momento último de la Voz, hasta que llegué a “oír”
                 con total nitidez el tono final, el límite preciso entre la Voz y el Silencio. Llegado a
                 ese punto sentía en la conciencia –de tan dirigida hacia la Voz– como si hubiera
                 una prominencia cónica y aguda, como un embudo visto desde el lado en que
                 se vuelca el líquido.
                        La Voz había penetrado en  mi mente por un punto –el oído interior– y
                 hacia allí apuntaba el vértice del cono psíquico en que se convertía la conciencia
                 al perseguir tenazmente el instante de la extinción final del “mensaje”.
                        Fui practicando esta suerte de evocación selectiva cuando, al “examinar”
                 (de algún modo hay que decirlo) el cono psíquico, de pronto me ví precipitado en
                 un túnel ligeramente espiralado y vaporoso, como un vórtice de energía brillante y
                 lechosa que pronto concluyó con una imagen perfectamente definida y nítida.
                 Podía verla y oírla a la vez pues de ella era de quien brotaba la Voz.

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