Page 548 - El Misterio de Belicena Villca
P. 548
caluroso, y Granius o Grianu el luminoso. Teutates o Tuitheas era el dios del
fuego, de la muerte y de la destrucción.
Al tratar de las creencias religiosas de la Galia es preciso citar la
opinión del insigne escritor Thirrey. Según él, las creencias religiosas de los
galos se referían a dos cuerpos de símbolos y de supersticiones, a dos
religiones completamente distintas: una muy antigua, fundada sobre un
politeísmo derivado de la adoración de los fenómenos naturales, y la otra el
druidismo, introducido últimamente por los inmigrantes de la raza címrica,
fundada sobre un panteísmo material metafísico y misterioso. Las
principales divinidades de los pueblos celtas eran las ya citadas y Ogmo
Ognius, dios de la ciencia de la elocuencia, representado bajo la figura de
un viejo armado de maza y arco, seguido de cautivos sujetos por las orejas
con cadenas de oro y ámbar que salían de la boca del dios. Además de las
divinidades principales tenían los druidas otras divinidades asimiladas ya a
Marte, como Camul, Camulus, Segomon, Belaturcadus y Catuix, ya a Apolo,
como Mogounus y Granus, y también otras divinidades que eran la
deificación de los fenómenos naturales, como Tarann, Tarannis, el trueno;
Kerk Circius, viento impetuoso del Nordeste, o deificación de montañas,
bosques, ciudades, como Pennin, dios de los Alpes; Vosege, Vosegins, dios
de los Vosgos, Ardaena, Arduinna, asimiladas a Diana, diosa del bosque de
los Ardennes; Nemansus, Vesontis, Luxovia, Nennerius, Bornonia, Damona,
divinidades locales de Nimes, de Besancón, de Luxeui, de Neris, de Borbón,
Lancy. Epona era la diosa protectora de los palafreneros y de los
domadores de caballos.
Los druidas eran muy venerados por el pueblo; llevaban una vida
austera y alejada del consorcio con los demás hombres; vestían de un
modo singular; por lo común usaban una túnica que les llegaba hasta más
abajo de la rodilla. Dotados del poder supremo imponían penas, declaraban
la guerra y hacían la paz; podían deponer a los magistrados y aún al rey,
cuando sus acciones fueran contrarias a las leyes del Estado; tenían el
privilegio de nombrar a los magistrados que anualmente gobernaban las
ciudades, y no se elegía a los reyes sin su aprobación. César dice que
únicamente los nobles podían entrar en el orden druídico, mientras que
Porfirio sostiene que bastaba gozar del derecho de ciudadanía. Es, sin
embargo, difícil creer que un cuerpo tan poderoso como el druídico
admitiera en su seno a individuos que no pertenecieran a una casta
determinada. Formaban los druidas el primer orden de la nación; eran los
jueces en la mayor parte de las cuestiones públicas y privadas; conocían de
todos los delitos, del asesinato, de las cuestiones hereditarias, de las
cuestiones sobre la propiedad, y sus sentenciados a esta pena estaban
considerados como infames e impíos; se veían abandonados de todos,
hasta de sus parientes; todo el mundo huía de ellos, a fin de no verse
manchados con su contacto, y perdían todos sus derechos civiles y la
protección de las leyes y de los Tribunales. La veneración que se daba a los
druidas era tan grande, que si se presentaban entre dos ejércitos
combatientes cesaba el combate inmediatamente, y los combatientes se
sometían a su arbitraje.
Como antes se dijo, según opinión de los escritores de la
antigüedad, la doctrina druídica no estaba escrita, se transmitía oralmente, y
548