Page 549 - El Misterio de Belicena Villca
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los novicios estaban obligados a estudiar durante veinte años para poseer la
                       ciencia. Parece, sin embargo, que este  aserto es erróneo, y que el error
                       proviene del cuidado con que los druidas ocultaban su ciencia a los
                       profanos. Con la edad se  debilita la memoria inevitablemente, y si nada
                       hubieran escrito tendría que resultar, forzosamente, que los jefes, es decir,
                       los más ancianos, se encontrarían inferiores a los más jóvenes en los
                       detalles de su doctrina. Los druidas tenían una escritura sagrada que, según
                       la tradición, se llamó Ogham. Es, pues, probable que tuvieran libros escritos
                       con aquellos caracteres, que quizá fueran, como se indicó más arriba,
                       caracteres griegos, pero esto no quiere decir, como han creído algunos, que
                       escribieran en griego. Desgraciadamente no ha llegado hasta la época
                       presente ninguno de aquellos libros. Los que escaparon a los edictos de los
                       emperadores romanos en la Galia y  Bretaña fueron destruidos por los
                       primeros propagandistas cristianos, por San Patricio en Irlanda y San
                       Colombán en Escocia.
                            El cuerpo de los druidas se  dividía en varias clases: los  druidas
                       propiamente dichos, los  adivinos, los  saronidos, los  semnoteos, los
                       siloduros y los  bardos. Respecto a estos últimos opinan algunos autores
                       que no deben figurar entre los druidas, y otros afirman que los  bardos
                       fueron una corporación de ministros  dedicados al culto religioso, que
                       precedió al orden o corporación de los druidas. Los bardos, lo mismo que
                       los escaldos de los germanos, no eran sino poetas agregados a los jefes, y
                       que estaban encargados de  cantar los grandes hechos de los héroes, de
                       improvisar alabanzas y elogios, oraciones fúnebres y cantos de guerra.
                       ¿Celebraron también los misterios  de su religión como hicieron los
                       escaldos? Pregunta es ésta a la que no es posible contestar, porque entre
                       los cantos de los bardos que se han conservado no hay ninguno que
                       contenga nada relativo a los dogmas ni a las ceremonias de religión alguna.
                       La adivinación era el atributo común de los druidas, todos eran adivinos, y
                       no hay razón para dividirlos en clases, bajo este aspecto, a no ser por el
                       ejercicio de las diferentes funciones que desempeñaban. Los semnoteos,
                       palabra derivada de  sainch (éxtasis) eran los extáticos o contempladores;
                       los siloduros eran los instructores o institutores, y tomaban su nombre de la
                       palabra  realadh, que significa enseñanza, y por último los saronidos no
                       debieron formar una clase especial, sino que debió llamarse así a los jefes,
                       pues el nombre saronidos se deriba de sar-navidh o sar-nidh, que significa
                       muy venerable; es, pues de creer que  saronido fuera un título y no una
                       clase nueva en el orden druídico.
                               Hubo  también  druidesas, ora fuesen las mujeres o hijas de los
                       druidas, ora simplemente agregadas a la corporación, pues no es posible
                       admitir que los druidas permitiesen el  ejercicio de la magia, adivinación y
                       sacerdocio a mujeres que no pertenecieran al cuerpo druídico y estuviesen
                       sometidas a su disciplina. Y es indudable que las hubo, pues la Historia
                       habla de vestales galas de la Isla de Sen, adivinadoras y magas. Las que
                       predijeron a Aurelio y a Diocleciano que serían emperadores, y a Alejandro
                       Severo su funesto destino, eran druidesas. Una inscripción hallada en Metz
                       da el nombre druidesa a la sacerdotisa Avete (Druis antistisa).
                                Según opinión de Thierry el druidismo estaba ya en decadencia
                       antes de la época de César. Desde hacía algún tiempo, los nobles por una

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