Page 600 - El Misterio de Belicena Villca
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Dalai Lama no tenían límites, y la agresión a los duskhas lo había afectado
profundamente: por tal razón envió varias partidas de hombres armados a la
búsqueda de los atacantes.
–“Somos –dijeron los lopas– servidores de un rico comerciante de Bután,
que se encaminan a Sining para canjear su mercancía”.
Viajaban con el consentimiento del Dharma Rajá, para quien debían
cumplir ciertos encargos. Y enseñaron a los soldados tibetanos una carta del
Dharma Rajá en la que constaba la lista de objetos a adquirir.
Eso fue suficiente. Los lopas obsequiaron una botella del aguardiente de
solja butaní y los soldados brindaron abundante información. “Debían cuidarse
durante el viaje porque existía una gavilla de bandoleros fuertemente armada que
operaba en la Región. Recientemente atacaron y destruyeron una aldea de
pacíficos y Santos lamas, por lo que se veía bien claro que no se trataba de
tibetanos, ni siquiera de religiosos, sino de extranjeros indeseables. A menos que
fuesen miembros de la clandestina secta Kâula, quienes odiaban a los lamas
budistas o hinduístas en general; pero ellos nunca se habrían atrevido a tanto.
Los sobrevivientes duskhas afirmaban haber sido atacados por los Asuras, mas
los soldados no eran tan crédulos y sospechaban que los ‘Demonios’ serían en
realidad bandidos occidentales, secundados por matones chinos. Si estaban en
lo cierto, los malhechores intentarían regresar a China por la indefinida frontera
del Este, a la que se proponían vigilar desde ahora”.
De manera que nos buscaban y, como atinadamente predijera Von
Grossen, no podríamos hacernos ver por bastante tiempo. Los monjes kâulikas
tenían otras novedades.
Sus contactos con miembros del Círculo Kâula les permitieron enterarse
de que un profundo movimiento subterráneo de simpatía hacia nosotros se
estaba articulando en todo el Tíbet espiritual. A muchos admiraba aquel grupo de
Iniciados que mataban sin piedad a los discípulos del Señor de Shambalá. Sería
muy difícil regresar a Bután por el mismo camino, pero nuestros aliados tibetanos
nos garantizaban un seguro escape a través de China hasta las líneas japonesas.
Japón se hallaba entonces en excelentes relaciones con Alemania y en el
consulado alemán de Shanghai funcionaba activamente una delegación del
Servicio Secreto de la si llegábamos hasta allí, podríamos embarcarnos sin
inconvenientes. La comunidad kâulika de Sining nos ayudaría en esa empresa.
Pero aún era prematuro hablar de la salida del Tíbet. Antes debíamos
hallar a Schaeffer y neutralizar sus planes.
–¿Estamos en condiciones de partir al amanecer, Von Sübermann? –
preguntó cortésmente Von Grossen.
–¡Iawohk, mein Standartenführer ! –respondí con seguridad.
Dejamos todo listo y, al amanecer, levantamos las tiendas y nos
dispusimos a partir. Von Grossen esperaba que Yo le indicase claramente el
rumbo, pero lo único que podíamos hacer sería acompañar a los perros daivas.
Se lo hice entender y me situé adelante de la columna, tomando con las dos
manos las riendas de los dogos. Desde el Infinito del Espíritu, más allá de Kula y
Akula, descendió la orden “seguir a Ernst Schaeffer” en la lengua del Yantra svadi
y penetró en el Universo de las Formas Creadas, atravesó el âkâsha tattva y se
implantó en el cuerpo anímico de los perros daivas. Y los increíbles animales,
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