Page 598 - El Misterio de Belicena Villca
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Espíritu y llevaban en su Sangre Pura, inconscientemente, el Símbolo del Origen.
Por eso percibían el Signo del Origen en mí; en verdad, no lo conocían recién
sino que entonces lo reconocían, lo proyectaban en mí y entonces se tornaba -
consciente, descubriendo la Presencia del Espíritu en Sí Mismo, revelando el
Misterio del Origen. Pero ese significado que Yo manifestaba, y que esos
hombres particulares comprendían, era insignificante para mí.
En rigor, debería decir no-significante pues el Signo me importaba mucho
a pesar de no poder comprenderlo, de no lograr abarcar su contenido con la
mente consciente. Y esa impotencia intelectual era la causa de la perturbación
que aún me causaba el comprobar que ciertos hombres particulares lo percibían.
Podía tolerarlo, como en el caso de la Pagoda Kâulika, pero siempre salía mal
librado de la experiencia.
Esta vez, a la perturbación de sentirme trascendido por el significado del
Signo, se sumó el efecto del increíble conocimiento que tenían los kâulikas sobre
el Oído Interior. Cómo se enteraron que Yo poseía esa facultad, producto del
poder carismático del Führer, es algo que nunca supe. Mas a Von Grossen el
tema lo fascinaba, disipadas sus dudas luego de la insólita explicación de
Srivirya, y el asunto del Oído Interior no se le había escapado. Apenas nos
acomodamos en la carpa, preguntó a boca de jarro:
–¿Qué Demonios es eso del Scrotra Krâm, Von Sübermann?
–Lo siento mi Standartenführer –dije en el acto, y no sin rudeza– pero no
puedo responderle a esa pregunta. Le diré, sí, que haré todo lo que pueda para
realizar la idea de los monjes kâulikas. Si es cierto que los perros daivas son
capaces de rastrear a Ernst Schaeffer tenga la seguridad de que lo hallaremos.
Voy a trabajar desde ahora para encontrar la solución del problema, y emplearé
si fuese necesario el Scrotra Krâm. Es todo cuanto puedo decir.
Los ojos de Von Grossen echaron chispas pero, como de costumbre,
mantuvo la serenidad y no me molestó más. Indudablemente Yo no podía hablar
con él, del Oído Interior, porque Konrad Tarstein había tomado mi palabra de que
sólo lo haría con “miembros de mi propío Círculo”; y un sexto sentido me advertía
a gritos que Von Grossen no lo era.
Esa noche, cuando todos estuvieron dormidos, me decidí a “emplear el
Scrotra Krâm”, es decir, a comunicarme con la Voz del Capitán Kiev. Como la
primera vez, como siempre, no tardé en verme inundado de Sabiduría.
Comprendí así que los bijas del Yantra no sólo permitían emitir un conjunto de
órdenes fijas, según me revelara el Guru Visaraga, sino que constituían un
Alfabeto de Poder con el que se podía formar “cualquier nombre de cosas
creadas”: los kâulikas, evidentemente, conocían aquella propiedad pero
ignoraban la clave alfabética que ordenaba los 49 bijas y posibilitaba la
codificación de cualquier palabra. Sin embargo, no hubiese sido difícil para ellos
descubrir el Alfabeto de Poder efectuando un análisis criptográfico de las
“palabras de mando” para los perros daivas que figuraban en sus fórmulas
mágicas.
Sea como fuere, lo cierto es que a mí me había sido revelada la totalidad
del secreto. Conocía ahora un símbolo, semejante al plano de un laberinto, que
aplicado sobre el Yantra dotaba a los bijas de un determinado orden, a cuyo
arreglo se debían ajustar las palabras formadas. Lo verifiqué varias veces con las
“palabras de mando” del Guru y, cuando estuve seguro de no cometer errores,
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