Page 597 - El Misterio de Belicena Villca
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daivas. Explicadme vosotros cómo  debo proceder para conseguir que esas
                 bestias localicen la expedición alemana.
                        Nuevamente se miraron entre sí los lopas, pero sus rostros mostraban
                 ahora la habitual indiferencia. El que había hablado, y al que llamaban Srivirya,
                 tomó la palabra:
                        –Sin duda vos también bromeáis, Oh Svami. Pues debéis saber mejor que
                 nadie, vos que os halláis más allá de Kula y Akula, cómo dirigir a los perros
                 daivas. Y si no lo sabéis, o lo habéis olvidado, no os costará mucho saberlo o
                 recordarlo empleando el Scrotra Krâm, el Oído trascendente de los Tulkus, del
                 cual estáis dotado. Nuestro Guru os ha revelado el Kilkor svadi, mediante el cual
                 es posible formar  cualquier palabra o nombre de cosas Creadas; y vos
                 conocéis el nombre de vuestro enemigo. Oh Sahakaladai, Magia es Poder: y las
                 palabras y nombres son los utensilios de la Magia. Reproducid el nombre hacia el
                 que queréis dirigir a los perros daivas con el lenguaje mágico del Kilkor svadi y
                 ellos os obedecerán.
                        Sea porque realmente creía que se trataba de una broma o de una especie
                 de prueba, o porque no deseaba seguir hablando sobre el tema, no hubo manera
                 de obtener más información del lacónico Srivirya. Sus últimas palabras fueron:
                        –Oh, Mahesvara, el que no discute jamás, no alcanzamos a comprender el
                 motivo que tenéis para confundirnos con preguntas de las que sólo vos podéis
                 saber las respuestas. El Círculo Kâula conoce la Magia que permite existir a los
                 perros daivas, pero nadie que no sea un Gran Guru o un Tulku consigue
                 dominarlos con la mente, única vía por la que reciben órdenes: ellos escuchan
                 únicamente la Voz Interior de los Gurúes y los Dioses, los que están más allá de
                 Kula y Akula, los que son como Shiva; o tienen su Signo, como vos. Yo nací en
                 un Monasterio del Círculo Kâula, y mi padre y mi abuelo fueron Iniciados kâulikas;
                 y ni Yo, ni mi padre, ni mi abuelo, vimos nunca un Guru capaz de hablar con los
                 perros daivas, hasta que los Dioses os enviaron con nosotros. Si es que queréis
                 confirmarlo, el haberos conocido nos enorgullece. Pero no nos avergoncéis más
                 con preguntas que son propias de los Dioses. Sabemos de nuestra debilidad y
                 confusión en el Infierno de Maya y hacemos todo lo posible para remediarlo.
                 ¡Creednos, Oh Kshatriya: algún día emergeremos de la miseria humana en que
                 se ha hundido el Espíritu y seremos como vos! ¡Tendremos entonces abierto el
                 Scrotra Krâm, como vos, y podremos saberlo todo; y los Dioses nos revelarán los
                 secretos del Tantra; y los svadi daivas nos obedecerán como a vos!

                        Regresamos a la carpa profundamente impresionados, aunque por
                 motivos diferentes. A Von Grossen le sorprendía que los temibles kâulikas se
                 dulcificaran en mi presencia y me trataran casi como un Dios. A mí, justamente,
                 esa deferencia me causaba inocultable desagrado, quizás porque no acababa de
                 comprender completamente lo que ocurría a mi alrededor: desde que fuera
                 secuestrado por los ofitas, durante mi niñez, hasta entonces, había ocurrido el
                 fenómeno de que ciertos hombres particulares percibían en mí, o por mí, un
                 significado espiritual que los arrancaba del Mundo material y los elevaba hacia
                 las cúspides más excelsas del Espíritu Eterno, Infinito e Increado. Y ese
                 significado procedía de un Signo que se revelaba en mí, o por mí, un Signo que
                 los ofitas llamaban “de Lúcifer”, Konrad Tarstein, “del Origen”, y los kâulikas “de
                 Shiva”. Los hombres particulares que lo percibían, según Tarstein, y coincidiendo
                 según veo ahora con Belicena Villca, compartían conmigo el Origen común del

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