Page 599 - El Misterio de Belicena Villca
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me aboqué a la tarea de traducir la sentencia “sigan a Ernst Schaeffer” en la
                 lengua del Yantra svadi.


                 Capítulo XXX


                        Por la noche amainó el temporal y a la mañana el cielo se presentaba
                 despejado, sin vestigios de la pasada tormenta. Hasta el viento había cesado por
                 completo y el vayu tattva se mostraba sereno: un silencio total reinaba ahora en
                 el diminuto valle. Los tibios rayos de Surya, el Sol, apenas alcanzaban a derretir
                 parte de la nieve acumulada. Pero más radiante que el Sol me hallaba Yo pues,
                 aunque no había dormido en toda la noche, estaba seguro de tener la solución
                 para dirigir a los perros daivas tras los pasos de Ernst Schaeffer, y ese logro me
                 estimulaba y sobreexcitaba.
                        Al verme, Von Grossen no necesitó preguntar nada  para saber que el
                 problema estaba resuelto. Se ocupó, en cambio, de enviar un lopa para relevar al
                 gurka y notificarle la ubicación de nuestro campamento; luego se concentró en
                 estudiar los deficientes mapas del Tíbet y el Oeste  de China. Pasé la mañana
                 conversando con Oskar y los otros oficiales  , y al mediodía almorzamos tsampa,
                 una olla cocinada por los monjes, formando todos juntos una gran rueda de
                 conmilitones. La reciente aventura nos había aproximado al peligro y a la muerte,
                 y dejado como saldo positivo una sana camaradería que me recordaba los días
                 de la  hitlerjugend. Sí; hasta podría asegurarte,  neffe Arturo, que en aquellos
                 momentos nos embargaba una despreocupada alegría.

                        Ya anochecía cuando llegaron el gurka, el lopa mandado por Von Grossen,
                 los dos lopas que dejamos en Yushu,  y los cinco porteadores holitas con los
                 yaks, los zhos, y los terribles dogos. Creo que jamás en mi vida me sentí tan
                 contento como en esa ocasión, al recobrar a los perros daivas. El arribo fue muy
                 festejado por los oficiales   pues, además de víveres, en los yaks venían otros
                 cincuenta cargadores de Schmeisser y balas de Luger, justo  para reponer las
                 municiones gastadas contra los duskhas. Los dos monjes kâulikas traían noticias
                 frescas sobre el ataque, recogidas en el camino Chang-Lam.
                        Toda la región del Tíbet estaría, al parecer, conmocionada por el suceso.
                 Por el camino, tropas de un titulado “Príncipe de Kuku Noor” los habían
                 interceptado, pero luego de las explicaciones recibidas les permitieron partir sin
                 problemas. Aquel incidente era consecuencia de la guerra civil: en algún
                 momento de su Historia, el país del Tíbet llegaba hasta el lago Kuku Noor;
                 posteriormente, los chinos formaron la provincia de ese nombre e hicieron
                 retroceder la frontera del Tíbet más  al Sur del Río Yang Tse Kiang; y
                 últimamente, luego de la incorporación de otros pequeños estados, principados, o
                 feudos tibetanos, constituyeron la gran provincia de Tsinghai.
                        Al comenzar la guerra entre Japón y China, y a causa de la ausencia del
                 poder central por la ocupación de la capital del Celeste Imperio, los tibetanos
                 vieron la oportunidad de  recuperar sus antiguos señoríos e independizarse de
                 China y unirse nuevamente al Tíbet. En ese caso particular, el resurgido Príncipe
                 de Kuku Noor era un fervoroso budista de la tribu tibetana lubum, cuyos
                 miembros forman parte de la aristocracia lamaísta. Su devoción y respeto por el

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