Page 61 - El Misterio de Belicena Villca
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ellos, el Más Alto Conocimiento  permitido al Animal Hombre, el  contenido del
                 Símbolo de la Serpiente!
                        Pero, ese Conocimiento ya no interesa a los Elegidos. Algo de ellos ha
                 atravesado las barreras de la Muerte Kâlibur, algo que no teme a la Muerte, y se
                 ha encontrado con la Verdad  Desnuda que es Sí Mismo. Porque la Negrura
                 Infinita que ofrece la Muerte Kâlibur  de la Diosa Pyrena,  en la que toda Luz
                 Creada se apaga sin remedio, es capaz de Reflejar a ese “algo” que es el Espíritu
                 Increado; y el Reflejo del Espíritu en la Negrura Infinita de la Muerte Kâlibur
                 es la Verdad Desnuda de Sí Mismo. Frente a la Negrura Infinita la Vida Creada
                 muere de Terror y el Espíritu se encuentra a Sí Mismo. Es por eso que si el
                 Elegido, tras el reencuentro, recobra  la Vida, será portador de una Señal de
                 Muerte que dejará su corazón helado para siempre. El Alma no podrá evitar ser
                 subyugada por la Semilla de Piedra de Sí Mismo que crece y se desarrolla a sus
                 expensas y trasmuta al Elegido en Iniciado Hiperbóreo, en Hombre de Piedra, en
                 Guerrero Sabio. Como Hombre de Piedra, el Elegido resurrecto tendrá un
                 Corazón de Hielo y exhibirá un Valor Absoluto. Podrá amar sin reservas a la
                 Mujer de Carne pero ésta ya no conseguirá jamás encender en su corazón el
                 Fuego Caliente de la Pasión Animal. Entonces buscará en la Mujer de Carne, a
                 Aquella que además de Alma posea Espíritu Increado, como la Diosa Pyrena, y
                 sea capaz de Revelar, en Su Negrura Infinita, la Verdad Desnuda de Sí Mismo. A
                 Ella, a la Mujer Kâlibur, la amará con el Fuego Frío de la Raza Hiperbórea. Y la
                 Mujer Kâlibur le responderá con el A-mort helado de la Muerte Kâlibur de Pyrena.


                 Noveno Día


                        Entre los Elegidos que afrontaban la Prueba del Fuego Frío podían
                 esperarse tres resultados. En primer lugar, que algunos no aprobasen la Prueba,
                 es decir, que no hubiesen pasado por la experiencia efectiva de la Muerte, sea
                 porque el Terror inicial no dio paso a la  Pasión Animal, sea porque el Fuego
                 Caliente no se trocó en Terror, sea porque el Terror impidió  mirar de frente la
                 Negrura Infinita, o sea por cualquier otro motivo. En segundo término, que otros
                 hubiesen muerto realmente. Y por último, que algunos de estos hubiesen
                 resucitado. En el primer caso, los Elegidos serían ejecutados a la siguiente noche
                 de la Prueba del Fuego Frío; para los  Hierofantes tartesios no debería
                 presentarse a la Prueba el que no estuviese realmente dispuesto a morir; porque
                 de la Prueba  nadie debía salir vivo; si se muriese, y se resucitase, el que
                 renaciese no sería quien murió sino un Hijo de la Muerte, alguien que portaría
                 una Señal de Muerte y llevaría en Sí a la Muerte: es decir, el Hijo de la Muerte
                 sería engendrado en la Muerte por Sí Mismo. Quien asistiese a la Prueba, y no
                 muriese, no merecería vivir: las Mujeres Verdugo de Tartessos bajarían el hacha
                 de piedra sobre su cuello; lo asesinarían la noche siguiente de la Prueba, en  el
                 Soto de Sauces consagrado a la Diosa Luna Ioa, a orillas del Odiel. ¿Qué ocurría
                 con ellos? nadie conocía de cierto cuál sería su suerte, si realmente morirían para
                 siempre, si resucitarían en otro mundo, si volverían a reencarnar en vidas futuras
                 o si sus Almas trasmigrarían a otros seres.
                        Mas, ¿cuánto duraba la Prueba del Fuego Frío? Sólo los Hierofantes, y los
                 que habían fracasado, y que igualmente morirían, lo sabían; sólo ellos habían

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