Page 56 - El Misterio de Belicena Villca
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Sagrado y contemplar la colosal efigie  de Pyrena; allí podrían depositar sus
                 ofrendas y reflexionar si estaban dispuestos a afrontar la Muerte de la Prueba del
                 Fuego Frío o si preferían regresar a la ilusoria realidad de sus vidas comunes.
                 Por el momento la Diosa no podía dañarlos pues Sus Ojos estaban cerrados y a
                 nadie comunicaba Su Señal de Muerte. Pero, no obstante tal convicción, muchos
                 quedaban helados de espanto  frente al Antiguo Rostro Revelado y no eran
                 menos los que huían al punto  o morían allí mismo de terror. Es que el meñir
                 original había sido plantado en ese sitio por los semidioses Atlantes blancos miles
                 de años antes, pero, en los días de la  alianza con los lidios, no existía nadie
                 sobre la Tierra capaz de emular aquella hazaña de trasladar a miles de
                 kilómetros de distancia una gigantesca piedra, y depositarla en el centro de un
                 espeso bosque de fresnos, sin talar árboles para ello: se comprende, pues, que
                 los peregrinos recibiesen la inmediata impresión de que aquel busto terrible era
                 obra de los Dioses. Pero no sólo el meñir era obra de los Dioses, puesto que la
                 conformación del Rostro  procedía de esa notable capacidad para degradar lo
                 Divino que exhibían los lidios; astutamente, los tartesios se cuidaron siempre muy
                 bien de informar sobre el origen de la inquietante escultura.
                        Quien lograba reponerse de la impresión inicial, y reparaba en los detalles
                 del insólito Rostro, tenía que apelar a todas sus fuerzas a fin de no ser ganado,
                 más tarde o más temprano, por el pánico. Recuerde, Dr., que, para sus
                 adoradores, lo que tenían enfrente no era una mera representación de piedra
                 inerte sino la Imagen Viva de la Diosa: Pyrena se manifestaba en el Rostro y el
                 Rostro participaba de Ella. Y era aquel Rostro hierático lo que quitaba el aliento.
                 Probablemente, si alguien hubiese conseguido, con un poderoso acto de
                 abstracción, separar la Cara, de la Cabeza de la Diosa, la habría encontrado de
                 facciones bellas; en primer lugar, y a pesar de la coloración verdosa de la piedra,
                 por la forma de los rasgos era indudable  la pertenencia a la Raza Blanca; en
                 siguiente orden, cabría reconocer  en el semblante general una belleza
                 arquetípica indogermánica o directamente  aria: Ovalo de la Cara rectangular;
                 Frente amplia; Cejas pobladas, ligeramente curvadas y horizontales; los
                 Párpados, puesto que ya dije que los Ojos permanecían cerrados, demostraban
                 por la expresión una Mirada frontal, de Ojos redondos y perfectos; Nariz recta y
                 proporcionada; Mentón firme y  prominente; Cuello fuerte y delgado; y la Boca,
                 con el labio inferior más grueso y algo más saliente que el superior, era quizá la
                 nota más hermosa: estaba levemente abierta y curvada en una Sonrisa apenas
                 esbozada, en un gesto inconfundible de cósmica ironía.
                        Naturalmente, quien careciese del  poder de abstracción necesario, no
                 advertiría ninguno de los caracteres señalados. Por el contrario, sin dudas toda
                 su atención sería absorbida de entrada por el Cabello de la Diosa; y esa
                 observación primera seguramente neutralizaría el juicio estético anterior: al
                 contemplar la Cabeza en conjunto, Cabello y Cara, la Diosa presentaba aquel
                 Aspecto aterrador que causaba el pánico de los visitantes. Pero ¿qué había en
                 Su Cabello capaz de paralizar de espanto a los rudos peregrinos, normalmente
                 habituados al peligro? Serpientes; Serpientes de un realismo excepcional. Su
                 Cabellera se componía de dieciocho Serpientes de piedra: ocho, de distinta
                 longitud, caían a ambos lados de la Cara y otras dos, mucho más pequeñas, se
                 erizaban sobre la frente.
                        Cada par de las ocho Serpientes estaban a la misma altura: dos a la altura
                 de los Ojos, dos a la de la Nariz, dos a la de la Boca y dos a la del Mentón;

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