Page 55 - El Misterio de Belicena Villca
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experimentaban entonces una generalizada caída en el exoterismo del Culto, que
                 los llevaba a adorar los Aspectos más formales y aparentes de la Deidad. Los
                 pueblos presentían que los Dioses se retiraban desde adentro, pero sólo podían
                 retenerlos desde afuera: por eso se aferraban con desesperación a los Cuerpos y
                 a los Rostros Divinos, y a cualquier forma natural que los representase. Siendo
                 así, no debe sorprender el intenso fervor religioso despertado en los pueblos, y la
                 extraordinaria difusión geográfica, que produjo el Culto del Fuego Frío luego de la
                 transformación del meñir. Además de los tartesios, orgullosos depositarios de la
                 Promesa de la Diosa, hombres pertenecientes a mil pueblos diferentes
                 peregrinaban hasta el “Bosque Sagrado de Tartéside” para asistir al Ritual del
                 Fuego Frío: entre otros, acudían los iberos y ligures desde todos los rincones de
                 la península, y los brillantes pelasgos desde Etruria, y los corpulentos bereberes
                 de Libia, y los silenciosos espartanos de Laconia, y los tatuados pictos de Albión,
                 etc. Y todos los que llegaban hasta Pyrena venían dispuestos a morir. A morir, sí,
                 porque ésa era la condición de la Promesa, el requisito de Su Gracia: como todos
                 sus adoradores sabían, la Diosa tenía el Poder de convertir al hombre en un
                 Dios, de elevarlo al Cielo de los Dioses; mas, como todos también sabían, los
                 raros Elegidos que Ella aceptaba debían  pasar previamente por la Prueba del
                 Fuego Frío, es decir, por la experiencia de Su Mirada Mortal; y esta experiencia
                 generalmente acababa con la muerte física del Elegido. De acuerdo con lo que
                 sabían sus adeptos, y sin que tal certeza  afectase un ápice la fascinación por
                 Ella,  muchos más eran los Elegidos que habían muerto que los
                 comprobadamente renacidos; los que recibían Su Mirada Mortal de cierto que
                 caían; y muchos, la mayoría, jamás se levantaban; pero algunos sí lo hacían: y
                 esa remota posibilidad era más que suficiente para que los adoradores de la
                 Diosa decidiesen arriesgarlo todo. Los que se despertasen de la Muerte serían
                 quienes verdaderamente habían entregado sus corazones al Fuego Frío de la
                 Diosa y a los que Ella recompensaría tomándolos por Esposos: por Su Gracia, al
                 revivir, el Elegido ya no sería un ser humano de carne y hueso sino un Hombre
                 de Piedra Inmortal, un Hijo de la Muerte. Estos títulos al principio constituyeron
                 un enigma para los Señores de Tharsis, que fueron quienes introdujeron la
                 Reforma del Fuego Frío en el Antiguo Culto a Belisana, pues afirmaban haberlos
                 recibido por inspiración mística directamente de la Diosa, aunque suponían que
                 se refería a una condición superior del hombre, cercana a los Dioses o a los
                 Grandes Antepasados. Mas luego, cuando entre los mismos Señores de Tharsis
                 hubo Hombres de Piedra, la respuesta se hizo súbitamente clara. Pero ocurrió
                 que esa respuesta no era apta para el hombre dormido, ni tampoco para los
                 Elegidos que con más fervor adoraban a la Diosa: los Hombres de Piedra
                 callarían este secreto, del que sólo hablarían entre ellos, y formarían un Colegio
                 de Hierofantes tartesio para preservarlo.  A partir de allí, serían los Hierofantes
                 tartesios, es decir, mis antepasados trasmutados por el Fuego Frío, los que
                 controlarían la marcha del Culto.


                 Octavo Día



                        En la Epoca en que no se celebraba el Ritual del Fuego Frío, los
                 Hierofantes tartesios permitían a los peregrinos llegar hasta el claro del Bosque

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