Page 57 - El Misterio de Belicena Villca
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emergiendo de un nivel anterior de Cabello, los restantes ocho Ofidios volvían y
situaban sus cabezas entre las anteriores. Y cada Serpiente, al separarse de las
restantes guedejas, formaba en el aire con su cuerpo dos curvas contrapuestas,
como una ese (S), que le permitía anunciar el siguiente movimiento: el ataque
mortal. Y las dos Serpientes de la Frente, pese a ser más pequeñas, también
evidenciaban idéntica actitud agresiva. En resumen, al admirar de Frente el
Rostro de la Sonriente Diosa, emergía con fuerza el arco de las dieciocho
cabezas de Serpiente de Su Cabellera; y todas las cabezas estaban vueltas
hacia adelante, acompañando con sus ojos la Mirada sin Ojos de la Diosa; y
todas las cabezas tenían las fauces horriblemente abiertas, exponiendo los
mortales colmillos y las abismales gargantas. No debe sorprender, pues, que
aquella impresionante aparición de la Diosa aterrorizase a sus más fieles
adoradores.
Lógicamente, tal composición tenía un significado esotérico que sólo los
Hierofantes e Iniciados conocían, aunque, eventualmente, disponían de una
explicación exotérica aceptable. En éste último caso notificaban al viajero, que a
veces podía ser un Rey aliado o un embajador importante al que no se le podía
negar de plano el conocimiento, que las dieciocho serpientes representaban a las
letras del alfabeto tartesio, el que pretendían haber recibido de la Diosa. Durante
el ritual, afirmaban, los Iniciados podían escuchar a las Serpientes de la Diosa
recitar el alfabeto sagrado. La Verdad esotérica que había atrás de todo esto era
que las dieciocho letras correspondían efectivamente a las dieciocho Vrunas de
Navután y que con ellas se podía comprender el Signo del Origen y con éste a la
Serpiente, máximo símbolo del conocimiento humano. Pero tal verdad era
apenas intuida por los Hierofantes tartesios ya que en esos días nadie veía el
Signo del Origen ni recordaba las Vrunas de Navután: al instituir la Reforma del
Fuego Frío, los Señores de Tharsis habían recibido la Palabra de la Diosa de que
la Casa de Tharsis, descendiente de los Atlantes blancos, “no se extinguiría
mientras al menos uno de sus miembros no recuperase la Sabiduría perdida”, y
para que Su Palabra se cumpliese, “menos que nunca deberían desprenderse de
la Espada Sabia”. Ese momento aún no había llegado y ningún descendiente de
la Casa de Tharsis comprendía el significado profundo de esa Verdad esotérica
que revelaba la Cabeza de Piedra de Pyrena. De modo que para ellos era
también una verdad incuestionable el hecho de que las dieciocho Serpientes
representaban a las letras del alfabeto tartesio: las dos Serpientes más
pequeñas, por ejemplo, correspondían a las dos letras introducidas por los lidios
y su pronunciación se mantenía en secreto, al igual que el Nombre de la Diosa
Luna formado por las tres vocales de los iberos. En este caso, las dos vocales
permitían conocer el Nombre que la Diosa Pyrena se daba a sí misma cuando se
manifestaba como Fuego Frío en el corazón del hombre, es decir, “Yo soy” (algo
así como Eu o Ey).
Todos los años, al aproximarse el solsticio de invierno, los Hierofantes
determinaban el plenilunio más cercano, y, en esa noche, se celebraba en
Tartessos el Ritual del Fuego Frío. No serían muchos los Elegidos que,
finalmente, se atreverían a desafiar la prueba del Fuego Frío: casi siempre un
grupo que se podía contar con los dedos de la mano. El meñir estaba alineado
hacia el Oeste del Manzano de Tharsis, de tal modo que la Diosa Luna
aparecería invariablemente detrás del árbol y transitaría por el cielo hasta
alcanzar el cenit, sitio desde donde recién iluminaría a pleno el rostro de la Diosa
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