Page 58 - El Misterio de Belicena Villca
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que Mira Hacia el Oeste. Desde el anochecer, con las miradas dirigidas hacia el
                 Este, los Elegidos se hallaban sentados en el claro, observando el Rostro de la
                 Diosa y, más atrás, el Manzano de Tharsis.
                        Cuando el Rostro Más Brillante de  la Diosa Luna se posaba sobre el
                 Bosque Sagrado, los Elegidos se mantenían en silencio, con las piernas cruzadas
                 y expresando con las manos el Mudra del Fuego Frío: en esos momentos sólo les
                 estaba permitido masticar hojas de sauce; por lo demás, debían permanecer en
                 rigurosa quietud. Hasta el cenit del plenilunio, la tensión dramática crecía instante
                 tras instante y, en ese punto, alcanzaba tal intensidad que parecía que el terror
                 de los Elegidos se extendía al medio ambiente y se tornaba respirable: no sólo se
                 respiraba el terror sino que se lo percibía epidérmicamente, como si una
                 Presencia pavorosa hubiese brotado de los rayos de la Luna y los oprimiese a
                 todos con un abrazo helado y sobrecogedor.
                        Invariablemente se llegaba a ese climax al comenzar el Ritual. Entonces
                 un Hierofante se dirigía a la parte trasera de la Cabeza de Piedra y ascendía por
                 una pequeña escalera que estaba tallada en la roca del meñir y se internaba en
                 su interior. La escalera, que contaba con dieciocho escalones y culminaba en una
                 plataforma circular, permitía acceder a una plataforma troncocónica: era éste un
                 estrecho recinto de unos dos y medio metros de altura, excavado exactamente
                 detrás de la Cara y apenas iluminado desde el piso por la Lámpara Perenne.
                 Sobre la plataforma del piso, en efecto, había un diminuto fogón de piedra en
                 cuyo hornillo se colocaba, desde que los lidios perfeccionaron la forma del Culto,
                 la Lámpara Perenne: una losa permitía tapar la boca superior del hornillo y
                 regular la salida de la exigua luz. Ahora esta luz era mínima porque el Hierofante
                 se aprestaba a realizar una operación clave del ritual: efectuar la apertura de los
                 Ojos de la Diosa. Para lograrlo sólo tenía que desplazar hacia adentro las dos
                 piezas de piedra, solidarias entre  sí, que habitualmente permanecían
                 perfectamente ensambladas en la Cara  y causaban la ilusión de que unos
                 pétreos Párpados cubrían el bulbo de Sus Ojos: esas pesadas piezas requerían
                 la fuerza de dos hombres para ser colocadas en su lugar, pero, una vez allí,
                 bastaba con quitar una traba y se deslizaban por sí mismas sobre una guía
                 rampa que atravesaba todo el recinto interior.
                        Hay que imaginarse esta escena. El cerco de Fresnos del Bosque Sagrado
                 formando el claro y en su centro, enormes e imponentes, el Manzano de Tharsis
                 y la estatua de la Diosa Pyrena. Y sentados frente al Rostro de la Diosa, en una
                 posición que exalta aún más el tamaño colosal y la turbadora Cabellera
                 serpentina, los Elegidos, con la mirada fija y el corazón ansioso, aguardando Su
                 Manifestación, la llamada personal que abre las puertas de la Prueba del Fuego
                 Frío. Desde lo alto, la Diosa Ioa derrama torrentes de luz plateada sobre aquel
                 cuadro. De pronto, procedentes del Bosque cercano, un grupo de bellísimas
                 bailarinas se interpone entre los Elegidos y la Diosa Pyrena: traen el cuerpo
                 desnudo de vestidos y sólo llevan objetos ornamentales, pulseras y anillos en
                 manos y pies, collares y cintos de colores, aros de largos colgantes, cintas y
                 apretadores en la frente,  que dejan caer libremente  el largo cabello. Vienen
                 brincando al ritmo de una siringa y no se detienen en ningún momento sino que
                 de inmediato se entregan a una danza frenética. Previamente, han practicado la
                 libación ritual de un néctar afrodisíaco  y por eso sus ojos están brillantes de
                 deseo y sus gestos son insinuantes y lascivos: las caderas y los vientres se
                 mueven sin cesar y pueden ser vistos,  a cada instante, en mil posiciones

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