Page 50 - El Misterio de Belicena Villca
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había sufrido en los lidios el influjo de lenguas semitas y asiáticas: sin embargo,
                 aquella jerga de navegantes, era más adecuada para el comercio de ultramar que
                 ellos practicaban. La otra diferencia estaba en el alfabeto: hacía miles de años
                 que en mi pueblo se había olvidado la Lengua de los Pájaros; empero, los últimos
                 Iniciados, y luego los Sacerdotes de la Flama, conservaron el alfabeto sagrado de
                 trece más tres Vrunas, a las que representaban con dieciséis signos formados
                 con líneas rectas y a los que habían asociado un sonido de la lengua corriente:
                 de ese modo se disponía de trece consonantes y tres vocales; las vocales sólo
                 las conocían los Señores de Tharsis  pues expresaban el Nombre pelasgo,
                 secreto, de la Diosa Luna, algo así como Ioa; pues bien: la novedad que traían
                 los lidios era un alfabeto sagrado compuesto por trece más cinco letras, es decir,
                 por dieciocho signos que representaban sendos sonidos de la lengua corriente;
                 tenía también trece consonantes, pero  las vocales eran cinco: y, las dos
                 agregadas, los lidios no podían suprimirlas ya sin perder más de la mitad de sus
                 palabras. De todo esto, lo más importante, aquello en lo que se debía acordar de
                 entrada, era el Nombre de la Diosa y el número del alfabeto sagrado. Sobre lo
                 primero, se convino en referirse a la Diosa en lo sucesivo con un Nombre más
                 antiguo, que había sido común a los dos pueblos:  Pyrena; desde entonces,
                 Belisana y Belilith, serían para los  tartesios la Diosa del Fuego  Pyrena. Con
                 respecto a lo segundo, los Señores de Tharsis, que estaban en esa ocasión
                 apremiados por la presión  enemiga, no tuvieron más  remedio que aceptar la
                 imposición del alfabeto sagrado de dieciocho letras: el único consuelo,
                 ironizaban, consistía en  que “el número dieciocho agradaba mucho más a la
                 Diosa que el dieciséis”.
                        Por lo demás, los lidios habían sufrido una suerte parecida a la de mi
                 pueblo. En algún momento de su historia los ganó la Fatiga de Guerra y acabaron
                 cediendo frente a los pueblos del Pacto Cultural; los últimos de sus Iniciados
                 consiguieron entonces plasmar las “misiones familiares” en un número aún mayor
                 de Estirpes que las existentes entre los míos; eso explicaba la gran cantidad de
                 familias de artesanos, especializados en los más variados oficios, que integraban
                 el pueblo de los lidios.

                 Séptimo Día


                        La cordillera de la Sierra Morena es  parte de la divisoria Mariánica que
                 separa el Sur de Andalucía del resto  de la península ibérica; desde el
                 Mediterráneo, frente a las Baleares, hasta el monte Gordo en la desembocadura
                 del río Guadiana, su relieve tiene una  longitud aproximada de seiscientos
                 kilómetros. En el extremo occidental, dando origen al río Odiel, se dibuja de Este
                 a Suroeste la sierra de Aracena, en uno de cuyos cerros se halla enclavado el
                 castillo Templario al cual me referiré más adelante. Numerosas cadenas de
                 sierras menores se extienden más al Sur: una de ellas es la de Río Tinto, de
                 donde proviene el río del mismo nombre; otra es la de Catochar, asiento de las
                 principales minas de la Casa de Tharsis. Los ríos Tinto y Odiel descienden hacia
                 el Golfo de Cádiz y confluyen, pocos kilómetros antes de la costa, formando una
                 ancha ría. En la franja de terreno que queda entre ambos ríos, sobre la
                 desembocadura del Odiel, se asienta  desde la Antigüedad la ciudad fluvial y
                 marítima de Onuba, hoy llamada Huelva. Y a unos veinticinco kilómetros de

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