Page 49 - El Misterio de Belicena Villca
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demasiado a los de mi pueblo, pero nada podían hacer pues todos comprendían
                 la inminencia del “peligro fenicio”. Peligro que desapareció no bien estos
                 advirtieron el cambio de situación y evaluaron el costo que supondría ahora la
                 conquista de Tharsis. Por esta vez los Golen fueron burlados; pero no olvidarían
                 a la Espada Sabia, ni a los Señores de Tharsis, ni a la sentencia de exterminio
                 que pesaba sobre ellos.
                        En aquellas circunstancias, la alianza con los pelasgos fue un acierto
                 desde todo punto de vista. Los Lidios se contaban entre los primeros pueblos del
                 Pacto de Sangre que habían vencido el tabú del hierro y conocían el secreto de
                 su fundición y forjado: en ese entonces, las espadas de hierro eran el arma más
                 poderosa de la Tierra. Sin  embargo, pese a ser notables comerciantes, jamás
                 vendían un arma de hierro, las que sólo  producían en cantidad justa para sus
                 propios usos. Fabricaban, en cambio, gran número de armas de bronce para la
                 venta o el trueque: de allí su interés por radicarse en Tharsis, cuya veta cuprífera
                 de primera calidad era conocida desde  los tiempos legendarios, cuando los
                 Atlantes cruzaban el Mar Occidental y extraían el cobre con la ayuda del Rayo de
                 Poseidón. El cobre casi no había sido  explotado por los Señores de Tharsis,
                 deslumbrados por el oro y la plata que todo lo compraban. La asociación con los
                 lidios modificó esencialmente ese criterio e introdujo en el pueblo un novedoso
                 estilo de vida: el basado en la producción de objetos culturales en gran escala
                 destinados exclusivamente para el comercio.
                        Una disuasiva muralla de piedra se  levantó en torno de la antiquisíma
                 ciudadela de Tarshis, que los pelasgos denominaban Tartessos y terminó dando
                 nombre al país, con un perímetro que abarcaba ahora un área cuatro o cinco
                 veces superior. La vieja ciudadela se había transformado en un enorme mercado
                 y en los nuevos espacios fortificados los  talleres y fábricas surgían día a día.
                 Telas, vestidos, calzado, utensilios, cacharros, muebles, objetos de oro, plata,
                 cobre y bronce, prácticamente no existía mercancía que no se pudiese comprar
                 en Tartessos: y salvo el estaño, imprescindible para la industria del bronce, que
                 se iba a buscar a Albión, todo, hasta los alimentos, se producía en Tartessos.
                        Evidentemente por influencia del Pacto Cultural, la alianza entre mi pueblo
                 y los lidios culminó en una explosión civilizadora. Muy pronto el antiguo Señorío
                 de Tharsis se convirtió en “el Reino Tartéside” y, en pocos siglos, se expandió por
                 toda Andalucía: los tartesios fundaron entonces importantes ciudades, tales como
                 Menace, hoy llamada Torre del Mar,  o Masita, a la que los usurpadores
                 cartagineses rebautizaron Cartagena. Su flota llegó a ser tan poderosa como la
                 fenicia y su comercio, altamente competitivo por la mejor calidad de los
                 productos, consiguió poner en grave peligro la economía de los hombres rojos.
                 Recién a partir del siglo IV A.J.C., a causa de la colonización griega y de la
                 expansión de la colonia fenicia de Cartago, declinó en algo la supremacía
                 comercial y marítima mediterránea de los tartesios.
                        Debo insistir en que el hecho de ser parientes cercanos facilitó
                 enormemente la integración con los  pelasgos. Ello se pudo comprobar
                 especialmente en el caso del Culto, donde casi no había diferencia entre los dos
                 pueblos pues los lidios adoraban también a la Diosa del Fuego, a la que conocían
                 como Belilith. Con pocas palabras: para los lidios, Beleno era “Bel”, y Belisana,
                 “Belilith”; también, por provenir de una región donde el Pacto Cultural tenía mayor
                 influencia, presentaban algunas diferencias en la lengua y en el alfabeto sagrado;
                 la antigua lengua pelasga, que en mi pueblo aún se hablaba con bastante pureza,

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