Page 688 - El Misterio de Belicena Villca
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que debe buscar una localidad consagrada a la Virgen de Agartha, no lejos de su
                 familia. Podrá encontrarse con su hermana, pero empleando todas las formas de
                 cobertura del Manual del Servicio Secreto: es por el bien de ambos; piense que si
                 el Enemigo descubre a su hermana, pueden intentar sonsacarle su paradero por
                 medios violentos y aún presionar sobre Ud., y que si Ud. está bien cubierto, pero
                 delata a su hermana, pueden vengarse en ella ante la imposibilidad de capturarlo
                 a Ud.
                        Iguales precauciones adoptará para encontrarse con Oskar Feil, quien
                 debe habitar en un sitio alejado de su morada. Tienen prohibido realizar cualquier
                 tipo de sociedad comercial, ni aún por medio de terceros, e intervenir en
                 actividades comunes que los puedan relacionar fortuitamente. Sólo se reunirán
                 como Camaradas, para compartir sus ideales espirituales. Con respecto a Von
                 Grossen, Ud. deberá despedirse para siempre de él en la Argentina. Oskar Feil
                 podrá mantener el contacto pero es conveniente que también se aparte, pues el
                 viejo zorro no se quedará quieto y tratará de librar su guerra privada contra la
                 Sinarquía. Posiblemente se convierta en asesor en cuestiones de Inteligencia y
                 Contraespionaje, y se ponga al servicio  de regímenes pseudofascistas, de los
                 que abundan en Sudamérica. Nada que les convenga a Uds.
                        Por último: conserve a los perros daivas pero no los utilice salvo en caso
                 de extrema necesidad. Lo mismo vale  para sus facultades Iniciáticas:
                 manténgase alerta, bien entrenado, pero no actúe salvo en caso extremo. Estas
                 son, en síntesis, sus órdenes: esperar. ¡Sobrevivir, protegerse y esperar  !
                        –¡Por todos los Dioses! –grité fuera de mí–. ¿Esperar qué?
                        –No puedo darle más información –respondió Tarstein impasible–.
                 ¡Cumpla sus órdenes y ya lo sabrá!


                        Me dio un apretón de manos y, como si tal saludo no bastara, me abrazó.
                        –Hasta siempre, Kurt Von Sübermann. Vaya tranquilo, que su aporte ha
                 sido invalorable para la  causa de la Orden Negra  . El Tercer Reich lo ha
                 condecorado con la Cruz de  Hierro, pero la Orden le concederá algún día una
                 distinción aún más valiosa, que Ud. ha ganado merecidamente. Le repito: pronto
                 nos veremos nuevamente, durante la Batalla Final, aunque no nos encontremos
                 más en esta vida.
                        Estábamos en la puerta. Yo había salido y sostenía la inútil motocicleta,
                 mientras escuchaba decir a Konrad Tarstein casi las mismas palabras del gurka
                 Bangi. Hubiese querido llorar de impotencia ante aquel absurdo: todos morían o
                 se iban. Solo Yo, mudo testigo de una realidad terrible y secreta, debía
                 permanecer en el Infierno. Y sin saber por qué.
                        –¡Heil Hitler! –grité por todo saludo, en tanto la puerta de la Gregorstrasse
                 239 se cerraba tras de mí para siempre.


                        Arranqué la motocicleta y, esquivando  los escombros, di vuelta a la
                 manzana. Antes de completar la tercer cuadra alguien me disparó desde una
                 terraza. La bala seccionó limpiamente la horquilla y la rueda delantera se cruzó
                 de golpe; apreté los frenos y volé varios metros adelante. Sin dejar de rodar me
                 oculté tras el chasis incinerado de un  automóvil, perseguido por una lluvia de
                 balas. “Había olvidado que llevaba uniforme ruso y me estaba paseando por una

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