Page 689 - El Misterio de Belicena Villca
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solitaria calle de Berlín sin protección alguna”. Solté varios juramentos y corrí
                 hasta la esquina, pegándome a las paredes. Me encontraba nuevamente en la
                 Gregorstrasse. Ya estaría lejos de allí  si no me hubiese propuesto echar un
                 último vistazo a la casa de Tarstein. Avancé los metros que me separaban de ella
                 mirando hacia ambas esquinas, alternativamente. Era noche cerrada pero no
                 silenciosa; ese 30 de Abril amanecería acompañado de los más recios combates
                 y el ruido de las balas, obuses y bombas era ensordecedor.
                        Pronto comprobé desolado que la advertencia de Tarstein no era vana. De
                 hecho, el 239 no existía ahora en la Gregorstrasse. Pero sí el sitio por donde Yo
                 saliera; lo evidenciaban las huellas recientes de los neumáticos de la motocicleta
                 en la vereda y en la calle. Mas la puerta  239, frente a esas huellas, ya no se
                 encontraba. En su lugar estaba la puerta cerrada de un negocio en bastante buen
                 estado. Quité con la mano la capa de polvo que cubría la placa y leí:
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                 “Buchhandlung Hyperbórea”  . Sentí pasos que se acercaban; quizás los
                 francotiradores que me habían disparado minutos antes. Allí no quedaba nada
                 por hacer, así que eché a correr en dirección contraria.



                        Te repito que el tiempo apremia, neffe, así que dejaré para otra
                 oportunidad el relato de las aventuras corridas hasta llegar a Italia. Mencionaré
                 solamente que en Junio de 1945 me reuní con Karl Von Grossen y Oskar Feil en
                 el Monasterio Franciscano del Sur de Italia y que permanecí allí hasta Febrero de
                 1947. En esa fecha nuestro contacto con La Araña nos presentó a un oficial del
                 Ejército Argentino de  nombre Zapalla, quien nos  proporcionó pasaportes y
                 pasajes, y, desde luego, nuevas identidades: Yo pasé a llamarme Cerino
                 Sanguedolce, como tú ya sabes; Oskar se convirtió en Domingo Pietratesta; y
                 Karl Von Grossen, Carlo de Grandi. Los tres aparentaríamos ser inmigrantes
                 italianos, de allí la filiación linguística de los nombres.
                        Ya en este país, todo sucedió como lo había previsto Tarstein: nos
                 entregaron el dinero en Buenos Aires, y cada uno se fue a vivir a una Provincia
                 distinta. Von Grossen quedó en Buenos Aires y, como dijera Tarstein, no tardaría
                 en dedicarse a organizar un Servicio Secreto en compañía de otro antiguo
                 Camarada suyo de la Gestapo, el   Standartenführer Justiniano Von Grosmann.
                 Oskar Feil eligió Córdoba, y parece que los Dioses lo habían guiado pues años
                 más tarde encontró allí la Orden de Caballeros Tirodal, que orientó sus últimos
                 días; y Yo, sabiendo que los Siegnagel residían en Salta, decidí que “Santa María
                 de la Candelaria” era un buen título para la Virgen de Agartha, y adquirí esta finca
                 donde habito desde entonces.



                 Escudos de Provincias Argentinas.









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                   Librería Hiperbórea.
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