Page 693 - El Misterio de Belicena Villca
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Capítulo II
Nos despedimos hasta el día siguiente, con la consigna de partir
enseguida hacia Tucumán. Al fin y al cabo llevaba casi tres meses desde el
asesinato de Belicena Villca y todavía no había intentado cumplir su pedido. Los
conté mentalmente: 74 días. ¡Setenta y cuatro días! Podría ser mucho tiempo;
quizás para Noyo Villca lo fuera, y lo lamentaba. Pero para mí serían los setenta
y cuatro días más fructíferos de mi vida. Me causaba risa y lástima recordar lo
que era Yo antes del 6 de Enero, en aquel siniestro Hospital Neuropsiquiátrico:
“el Dr. Arturo Siegnagel, uno de nuestros mejores internos” –me presentaban las
enfermeras. ¡En lo que me había convertido el sistema! Antes del 6 de enero lo
tenía todo, desde el punto de vista material, pero carecía de ideales claros: ¡me
habían lavado el cerebro! Por el contrario, ahora no tenía nada, comparándome
con el Dr. prestigioso que había sido, carecía de futuro material, de porvenir
predecible dentro de las leyes del sistema; pero tenía claro el ideal de la
Sabiduria Hiperbórea. ¡Y con ese ideal que tenía ahora, no necesitaba poseer
nada más en la vida, y mucho menos la determinación de un futuro mediocre !
Me introduje en la cama, jubilosamente diría. ¡Cómo había cambiado todo
para bien! ¡Cómo había cambiado Yo para bien! La noche se presentaba
estrellada y un poco fresca, tal vez anunciando el comienzo del otoño. Al principio
pensé leer el libro de Konrad Tarstein, mas luego me contuve. Yo también estaba
algo cansado y no quería descontrolarme del todo, no deseaba que el gozo
actual me dominase completamente: si tío Kurt se guardó 35 años de leerlo ¿por
qué habría Yo de impacientarme? ¿no era acaso capaz de aguardar un día más?
Y entonces, luego de generar tan necios pensamientos, apagué la luz y me
dispuse a dormir.
¡Oh, Dioses, qué necio! en eso me había convertido ahora, aparte de
“iluminado por la Sabiduría Hiperbórea”, que por cierto no tuvo nada que ver con
lo que sucedió. Fui Yo, mi orgullo desmesurado por efecto de todo lo que sabía
en tan corto tiempo y que me inflaba el plumaje como un pavo real, el único
culpable de que la Desgracia, que acechaba, se arrojase aquella noche sobre
nosotros. Por supuesto; no descarto ni subestimo la asombrosa vigilancia que el
enemigo mantiene sobre todo el Mundo, o “sobre muchos Mundos”, según los
conceptos que el Capitán Kiev empleaba con Belicena Villca. No; no voy a
subestimar la atenta tarea de observación que los Demonios desarrollaban
tratando de ubicar a tío Kurt; tal vez esa guardia habría dado un día sus frutos y
lo hubiesen hallado de alguna manera. ¡Pero de lo ocurrido esa noche Yo fui el
principal responsable! ¡¡¡Cien veces, mil veces, hubiera sido preferible que
leyera el libro de Tarstein, como “normalmente” lo deseaba, en lugar de
hacer lo que hice!!!
Como dije, apagué la luz y me dispuse a dormir. Ví el cielo estrellado a
través de los cristales, y cerré los ojos. Mas, estando aún bastante nervioso,
además de cansado, decidí adormecerme mentalizando el Kilkor svadi. ¡Y
ese sería el error fatal!
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