Page 695 - El Misterio de Belicena Villca
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humano y mortal; la Semilla que, pese a todo, había germinado y hecho de mí lo
que ahora era.
Porque en el pasado habría muerto allí mismo, frente al Demonio que me
había contemplado por un instante con un odio que nunca creí posible que nadie
pudiese experimentar. Pero ahora tuve fuerzas suficientes para enfrentarme a él
y apartarle de mí. Sí; desapareció de la vista y la visión se disipó. De nuevo me
encontré en la habitación de Santa María, sentado en la cama y oyendo cómo los
dogos aullaban sin parar. Comprendí en un instante que mi mente, al intentar
silenciar a los perros daivas, se “descuidó”, ofreció un flanco débil, y fue
“sintonizada”, captada, por un Demonio de la Fraternidad Blanca, un
representante de las Potencias de la Materia, quizás el Inmortal Bera, quizás
Rigden Jyepo, tal vez el mismo Enlil-Jehová-Satanás.
Evidentemente, no me hallaba del todo desconcentrado pues oí, o creí oir,
la voz de tío Kurt que tronaba las palabras “Nischala miravâta svadi”
directamente en el interior de mi psiquis, con lo que los perros cesaron de
inmediato de ladrar. Lo cierto fue que un instante después irrumpía
verdaderamente tío Kurt en mi cuarto, gritando “¡Arturo! ¡Arturo!”
–¡Arturo! ¡Estás bien, gracias a los Dioses! –exclamó al encender la luz y
cerciorarse de que me hallaba con vida–. ¿Qué has hecho, Arturo? ¡El Demonio
Bera te ha localizado! ¡Por un momento lo sentí como aquella vez en la cañada
La Brea, en el Tibet!
Le referí el uso imprudente que hiciera del Yantra.
–Oh, Arturo, –se asombró– has sido muy fuerte al librarte de él. Pero no
creo que eso baste. Mucho me temo que los Druidas hayan descubierto esta
casa. Tendremos que salir de aquí lo antes posible.
No sabía que decir. Irracionalmente, tomé el reloj pulsera de la mesa de
luz e indagué la hora: “las 0,10 horas” –dije– y volví la cabeza hacia tío Kurt, que
me observaba con los ojos desorbitados.
No tardé en comprender el motivo de su horror: era el zumbido, el
inconfundible zumbido de las abejas meliferas. En verdad, aquel eufónico
sonido del Dordje sólo se advertía cuando sus efectos complementarios ya se
estaban produciendo. Al comienzo no lo noté, pero luego, naturalmente después
que lo percibiera tío Kurt, lo escuché claramente, llenando el ambiente con la
sensación de llegada de un enjambre innumerable. Pero a esa altura era
imposible reaccionar pues la presión sobre el corazón no admitía distracciones.
Me dejé caer hacia atrás, hasta que mi cabeza dio con la almohada, y me relajé
lo mejor que pude; inconscientemente me tapé los oídos con las manos, pero el
sonido mortal penetraba igual, a cada instante con más intensidad; y el corazón,
completamente fuera de control, parecía querer salírseme del pecho. Y aún no
había llegado lo peor.
Experimentaba una parálisis creciente en todo el cuerpo y razoné, ya en el
final de la resistencia psíquica, que la mejor táctica mental para luchar contra la
poderosa Fuerza de Voluntad de los Demonios consistiría en concentrar el
pensamiento en una idea ajena a la terrible realidad del Dordje. Pensar en otra
cosa, pero ¿en qué? ¡Oh Dioses, cuán avara de ideas puede tornarse una
imaginación fantasiosa como la mía en una situación límite semejante, cuando
está en juego la vida animal! ¡Y cuánto más avara ha de volverse si, como
asegura la Sabiduría Hiperbórea, el Alma Creada está pronta a traicionarnos
pues su substancia es parte del Creador, partícipe de su Arquetipo a imagen y
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