Page 696 - El Misterio de Belicena Villca
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semejanza! Allí lo comprobé sin dudas: ¡el Alma siempre traicionaría al Espíritu,
al Yo, para favorecer la Voluntad de los Demonios, que pertenecen a la Jerarquía
Blanca en la que se desdobla y encadena el Creador-Uno! Porque súbitamente
me vino al fin una idea salvadora: era un recuerdo de mis días de estudiante
universitario, cuando asistía a las clases de Biología. Y Yo me dejé llevar por el
recuerdo; y pareció por un momento que me libraba de la presión del Dordje. Sí;
el Alma, dueña de la memoria y los recuerdos, había finalmente obedecido la
voluntad del Yo y me sacaba de aquella mortífera realidad. Era una clase de
Biología, lo recordaba perfectamente; me encontraba rodeado por decenas de
compañeros; ¿sobre qué versaba la clase? ¡ah, sí! ¡Fisiología de los insectos!
Ahora ingresaba el Profesor Jacobo Cañás al Aula Magistral y comenzaba a
desarrollar la clase. Tema: “la abeja común ; clasificada también con el nombre
de Apis mellifica por Linneo; Apis doméstica por Reaumur; Apis cerifera por
Scopoli; Apis gregaria por Geoffroy; y muchos otros nombres con que los
Grandes Naturalistas han designado al mismo insecto”.
Carecía de fuerzas para salir del recuerdo. Alguien adentro mío, el mismo
que intentara hundirme en el Abismo la noche del sismo de Salta, me había
traicionado nuevamente. ¡Ah, si hubiese ascendido por auxilio hasta la Virgen de
Agartha, como entonces, si me hubiese dejado raptar por Su Gracia Divina! Con
seguridad, ese rapto de la Mujer Absoluta era lo que los kâulikas llamaban el
Kula. El Kula me habría transformado en Akula, en Shiva viviente, y el Espíritu se
habría situado “más allá de Kula y Akula”. Con seguridad, pues, ése era el
verdadero camino de salvación para salir fuera del cerco de los Demonios, que
Yo no supe encontrar de entrada por manifiesta falta de fe en Mí Mismo, por la
desconfianza en el hecho de que mi Espíritu pudiese ser amado realmente por la
Diosa de la Liberación Eterna.
En cambio, permanecía en la clase del Profesor Jacobo Cañás: “el
zumbido de los himenópteros es generalmente una combinación de tres tonos
distintos, generados en diferentes órganos. El más intenso es el de las alas,
aunque es el de menor frecuencia: para un mismo ejemplar de Apis mellifica,
varía estadísticamente entre un la de 440 ciclos por segundo y un mi de la misma
octava de 330 ciclos por segundo; el primer tono corresponde a la abeja -
descansada, en el momento de salir de la colmena; el último, a la abeja fatigada,
al finalizar su jornada de labor”. Percibía precisamente aquellos tonos; oía
claramente el sonido de las alas al batirse; los himenópteros volaban hacia mí.
“El segundo tono que compone al zumbido característico, es producido por la
vibración de los estigmas que conducen el aire a las tráqueas pulmonares: se
trata habitualmente de un si de 594 ciclos por segundo, apreciablemente más
agudo que el tono de las alas, pero menos intenso”. Escuchaba ahora el zumbido
de una abeja; el zumbido de un enjambre; el zumbido me saturaba los sentidos,
me paralizaba el cuerpo, me invadía la mente. ¡El zumbido se apoderaba de los
latidos de mi corazón y los sincronizaba con su frecuencia! ¡El zumbido me
estaba matando!
“El tercer tono, muy débil, procede del movimiento de los anillos
abdominales”... No terminaría jamás de recordar la clase del Profesor Jacobo
Cañás. En el paroxismo de la crisis cardíaca, sufrí una sensación de calor
insoportable, terrible, como si mi cuerpo hubiese sido echado de golpe en un
horno incandescente. Pero no; en el instante que duró la convulsión térmica, noté
que el Fuego no estaba afuera sino adentro mío; que impregnaba todo mi cuerpo
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