Page 701 - El Misterio de Belicena Villca
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que tu padre salió de la casa requerido por tu madre, quizás respondiendo a un
grito aterrador de ella, y fue sorprendido por el golpe asesino junto a la puerta. No
bien se asomó, recibió el golpe que, según el forense, le produjo la muerte en el
acto. Allí lo encontró Jorge Luna y corrió con su bicicleta hasta la Comisaría a
buscar ayuda, en tanto le avisaba a los restantes operarios que llegaban que no
se acercaran a la Finca. A Doña Beatriz la hallamos nosotros, junto al lagar.
Presumiblemente desde allí lo llamó a tu padre, antes de ser asesinada, y
creemos que fue hecha salir de la casa con engaños: eran pasadas las 0,00
horas cuando se produjo el crimen, hora impropia para salir voluntariamente al
exterior de la casa en gente acostumbrada a levantarse a las 5 de la mañana.
Claro que sólo se trata de conjeturas. Hasta que no se reúnan más elementos, y
los resultados de los peritajes, no podremos evaluar muy precisamente los
hechos –se atajó, como hace todo policía profesional cuando no quiere
comprometer su opinión.
Alenté al comisario para que continuara con la descripción de lo ocurrido,
mientras circulaban las tajadas de jamón y las copas de Chablis.
–Dios me perdone; tú me lo pides y Yo tendré que responderte
crudamente, Arturo. El loco, que se apoderó de tu madre, la arrastró hasta el
lagar, quizás amordazada, y desde allí permitió que gritase para atraer a Don
Siegnagel a la trampa que le tendiera su cómplice. Una vez muerto tu padre,
ambos se reunieron para asesinar a Doña Beatriz. Te preguntarás cómo puedo
estar tan seguro? Pues porque, como dedujo el médico forense, para matar
de esa forma hacen falta cuatro manos; es decir, dos para sujetar a la
víctima y dos para practicar tan perfecto tajo de oreja a oreja. No serían
necesarias cuatro manos si la víctima estuviese inconsciente, pero éste no es el
caso, pues no se descubrieron golpes en la cabeza ni señales de narcótico –hay
que esperar los análisis para estar seguros del todo– y, lo más concreto, existen
huellas de los pies, que revelan una resistencia desesperada hasta exhalar el
último suspiro.
Sentí que me mareaba, que todo daba vueltas alrededor mío, que la
náusea me ganaba el estómago, la garganta... Vacilé en la silla, a punto de
vomitar.
–¡Bebe una copa, Arturo! ¡Vamos, bebe! ¡La necesitas! –me incitaba el
Comisario, extendiéndome la copa rebosante de buen vino blanco.
La bebí de un trago; y a fe que jamás me cayó tan bien una de nuestras
cepas.
–Era previsible que te descompusieras, era demasiado espantoso y
repugnante lo que ha pasado esta noche en tu casa. ¿Estás seguro de que
deseas saberlo todo ahora? Podrías descansar unas horas y enterarte más tarde,
cuando te encuentres más calmo.
–¡No, no! ¡Por favor, Comisario! –supliqué–. Ha sido sólo un mareo
pasajero. Dígamelo todo ahora, cuanto antes mejor.
Tío Kurt apoyó con un gesto esta solicitud.
–Y aquí viene lo peor, Arturo: ¡Doña Beatriz fue sujetada de tal modo, que
al ser degollada, los asesinos consiguieron que la sangre cayese integramente en
el lagar; hasta la última gota!
El Comisario nos miraba perplejo. Esperaba sorprendernos con ese
macabro dato pero nosotros no nos inmutamos, ya que imaginábamos las
maniobras Rituales de Bera y Birsa y descontábamos que su propósito sería
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