Page 697 - El Misterio de Belicena Villca
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como un líquido inflamado  que se descomponía en gases candentes. Y aquel
                 líquido que ardía era mi sangre.
                        Un instante duró el impulso calorífico, que me estremeció al ritmo del
                 zumbido apícola, pero Yo, naturalmente,  creí morir: como una última visión
                 agónica contemplé el rostro de Mamá, de Katalina, de mis sobrinos, y de muchos
                 otros familiares desconocidos hasta entonces pero cuyo parentesco era patente.
                 Mas todos los rostros se parecían entre sí, no en virtud de su semejanza
                 genética, sino a causa de la expresión común que manifestaban, probablemente
                 idéntica a la mía de ese instante:  todos eran rostros agónicos, rostros de
                 seres humanos que morían en medio  de un gran dolor; sus expresiones
                 reproducían la Expresión de la Muerte. Y entonces terminó todo.


                 Capítulo III


                        Con otras palabras, quiero decir que  entonces concluyó el fenómeno; o
                 sea, que cesó el zumbido y se cortó la presión sobre el corazón. Poco a poco se
                 me fue normalizando el pulso y pude moverme a voluntad. Aún aturdido,
                 reaccioné y me incorporé al recordar a tío Kurt: temí lo peor.
                        Empero, él también se recuperaba  en esos momentos; y comprobé que
                 había caído de rodillas, como también le ocurriera en la cañada tibetana La Brea,
                 más de 40 años antes. Estuve unos minutos inmóvil, ordenando las ideas, hasta
                 que de pronto rememoré el último instante del fenómeno, cuando viví mi propia
                 agonía y la de todos mis familiares.  Y entonces comprendí. Entonces supe
                 que aquello era verdad, que algo irreparable le había sucedido a mi familia.
                 Descompuesto de pánico interrogué con la mirada a tío Kurt: en el horror que leí
                 en sus ojos supe que Yo estaba en lo cierto.
                        Al fin conseguí articular palabras y grité:
                        –¡Mamá, Katalina! ¡Oh, tío Kurt: algo  terrible le ha ocurrido a la familia!
                 ¿Qué ha pasado, tío Kurt, qué ha pasado?
                        –Creo que una cosa espeluznante, Arturo. No quiero alarmarte, pero me
                 parece que el Demonio Bera no logró realmente averiguar tu paradero, y el mío,
                 pero temo que lo que vio en tu psiquis fue suficiente para que encontrara la Finca
                 de Beatriz en Cerrillos. Si es así, nuestra familia ha corrido grave peligro.
                 ¡Debemos ir de inmediato a Salta, Arturo! ¡Pide una comunicación telefónica
                 mientras Yo preparo el Jeep !


                        “A Salta, treinta minutos de demora”, fue la lacónica respuesta de la
                 operadora. Solicité igualmente la comunicación con carácter de urgente y rogué
                 que la activara cada diez minutos. Me notificó entonces la hora en que se
                 asentaba mi pedido y casi no lo pude creer: eran nada más que las 0,30 horas.
                 En quince o veinte minutos había ocurrido todo. ¿Podría ser? ¿Podrían los
                 Demonios haber actuado en tan poco tiempo? Esa duda, inconsistente, me
                 esperanzó un poco. Pero fue sólo hasta  que volvió tío Kurt del garage y le
                 comuniqué mi inquietud.
                        Sacudió la cabeza en un gesto negativo y desalentador, y me dijo:
                        –Quisiera confirmar tu esperanza pero no puedo engañarte. No debemos
                 ser optimistas en modo alguno: los Inmortales dominan el Tiempo y el Espacio,

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