Page 699 - El Misterio de Belicena Villca
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Finca ya sabíamos que algo terrible había realmente sucedido: las luces rotativas
en el techo de las patrullas policiales confirmaron trágicamente nuestras
sospechas y temores. Haciendo caso omiso de los policías que custodiaban la
entrada, tío Kurt viró el jeep y tomó el camino hacia el casco a gran velocidad.
Evidentemente ahora nada le importaba: ni su cobertura estratégica, ni las
posibles persecuciones si era descubierto, ni que de acuerdo a su nueva
identidad nada lo vinculaba con los Siegnagel-Von Sübermann. ¡Pobre tío Kurt!
¡En treinta y cinco años jamás se atrevió a cruzar esa tranquera para visitar a su
única hermana, y ahora debería hacerlo para su funeral!
¡Porque todos habían muerto, incluso mi Madre, es decir, su hermana
Beatriz! ¡Y de la manera más horrenda!
Estacionados junto a la Finca, tras los lapachos donde recibiera de manos
de mi madre la fatídica carta de Belicena Villca, se hallaban cuatro coches: dos
patrullas policiales y dos ambulancias. Al lado de un lapacho, mi preferido, bajo
cuya bendita sombra estudié mis carreras universitarias y medité sobre el
misterio del hombre y de su miserable vida terrestre, estaba el cuerpo sin vida de
Canuto, tapado por unos diarios ensangrentados. ¡Cómo había cambiado ese
lugar en sólo dos meses! La alegría y la felicidad de la familia se habían trocado
en muerte y duelo! ¡Maldita Carta de Belicena Villca! ¡Si al menos no la hubiese
leído! Me torturaba inútilmente. Como dije al principio: “en la vida de ciertas
personas hay como trampas cuidadosamente montadas: basta tocar su
resorte para que se desencadenen mecanismos irreversibles”.
Al sentir el motor del jeep varios hombres salieron de la casa. Uno era el
Comisario policial de Cerrillos, quien me conocía de niño.
–¡Jesús! ¡Arturo Siegnagel! ¡Justo a tiempo! –dijo sin pensar, pues luego
se arrepintió, bajó la vista, y poniéndome una mano sobre el hombro me habló
cautelosamente, vale decir, todo lo delicadamente que puede hablar un policía
enfrentado a un alucinante múltiple homicidio. Tío Kurt permaneció a mi lado.
–Discúlpame, Arturo. La verdad es que no has llegado a tiempo. Sólo lo
dije pensando en la investigación, pues ignorábamos donde encontrarte. No sé
como decirlo, entiende que soy policía, no cura, pero debes saber que toda tu
familia ha sido asesinada de modo extraño.
Amagué dirigirme al interior de la casa, visto que aún no habían subido
ningún cuerpo en las ambulancias, pero el Comisario me detuvo. “Aguarda un
instante, Arturo, pero es mi deber interrogarte ¿tú sabías que algo había ocurrido
aquí? ¿de dónde vienes ahora?
–¡Oh sí! –afirmé precipitadamente– Sabía que algo malo pasaba porque
nadie respondió al teléfono de la Finca esta mañana a la una. Fue por eso que
salimos de inmediato hacia aquí.
–Pero ¿de dónde hiciste la llamada, adónde te encontrabas? –quiso saber
sin excusas.
–Pues, en la Finca de este amigo aquí presente, el Sr. Cerino
Sanguedolce, quien es fabricante de dulces en Santa María de Catamarca y con
el que estaba ajustando un negocio para venderle nuestro mosto sobrante. Hacía
unos días que me encontraba allí.
–Está bien Arturo, lo verificaré –dijo, mientras guardaba la libreta en la que
apuntaba todos los datos.
–Bueno, pueden pasar. Tú eres Médico y se supone que debes poseer
“sangre fría”, pero esto es distinto: el, o los asesinos, son sin dudas psicópatas,
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