Page 704 - El Misterio de Belicena Villca
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tenía razón en cuanto afirmaba que en ese crimen había un punto oscuro: ese
punto nunca se aclaró; pero también es cierto que a nadie interesaba aclararlo, y
que la Policía tiene urgencias más importantes que atender con el dinero de los
contribuyentes. ¡Lo sé!: a Ud. eso no le importa; Ud. quiere ver triunfar a la
Justicia; le interesa mucho Belicena Villca porque el caso le tocó de cerca. Pero
nosotros tenemos que atender cientos de casos y ése era sólo uno más, uno que,
le repito, no interesaba a nadie. Le cuento esto porque le doy en cierto modo la
razón a Ud. Dr. ¡Tómelo de ese modo! En verdad Yo quería enterrar ese caso
porque carecía de importancia. ¡Mas ahora sé que no es así!
–¿Qué quiere decir? –pregunté a mi pesar.
–Pues, cerrando el paréntesis que abrí para disculparme con Ud., ocurre
que esta mañana intenté localizarlo en el Hospital Neuropsiquiátrico donde
trabajaba y allí me informaron que renunció hace dos meses, durante sus
vacaciones. Llamé entonces a la Universidad y me enteré que solicitó su baja en
las materias que cursaba y abandonó la residencia médica. Todos actos muy
extraños para proceder de alguien tan... ¿normal?... como Ud. Fue entonces, a la
media mañana, que decidí tomarme el día libre y dedicarme a realizar una
pequeña investigación por mi cuenta. Averigüé así, que vendió su departamento
del Cerro San Bernardo sin comunicar a nadie su nuevo domicilio; y que sus
amigos obtuvieron de sus padres la noticia de que Ud. “investigaba por su cuenta
un yacimiento arqueológico en Catamarca”; todo muy vago, Dr. Siegnagel.
Cuentas bancarias cerradas, cambio de domicilio, abandono del trabajo, de los
estudios, de las amistades: se diría que son los actos de quien desea borrar
sus pasos, de alguien que huye. Pero Ud. no es un delincuente, no tenia
motivos ni enemigos que lo obligasen a huir hace dos meses. ¿O es que
entonces surgieron los misteriosos enemigos?
Sí, Dr. Siegnagel. Cedí un tanto en mi posición y conecté su extraña
conducta con el crimen del Hospital Neuropsiquiátrico. “Podría ser que allí hubo
algo más, algo que forzó al Dr. a huir”, me dije, y me entregué a releer el
expediente sobre el asesinato de Belicena Villca. ¿Y qué descubro? Pues que no
prestamos la menor atención a las medallas judías que tenía en sus extremos la
cuerda mortal. Quise saber, lo más pronto posible, qué decían las inscripciones y,
sin respetar la siesta, me fui a la Universidad e indagué en una laberíntica
sección, creo que se llamaba Departamento de Filología, hasta que dí con un
increíble personaje llamado “Profesor Ramirez”. ¿Y qué me dice el Dr. Ramirez?
Pues, el pobre hombre salió huyendo al saber que Yo era policía y al ver las fotos
de las medallas. Tuve que convencerlo durante horas para que hablara. Resultó
al fin que él le conocía muy bien a Ud. Que Ud. le había consultado hace tres
meses sobre las mismas inscripciones, pero sin mencionarle el crimen (hizo bien,
pues al conocerlo se le cerró automáticamente la boca). Y que atrás de todo esto
hay una historia asombrosa en la cual están, como Yo decía Dr. Siegnagel, los
malditos judíos.
Sí; sí. Ya sé lo que piensa. Que Yo no sé distinguir a los Druidas de los
judíos, ni soy capaz de comprender la estructura universal de la Sinarquía. Ud.,
como todo alemán, cree que nosotros somos idiotas. (¿Druida se dice? creo que
así los nombraba el Profesor Ramirez). Mire, es posible que Yo no sepa lo que es
un Druida. Pero le anticipo que recién vengo de estar seis o siete horas con el
profesor Ramirez en las que éste se empeñó en demostrarme que un Druida es
lo mismo que un judío, si es que no entendí mal su síntesis final. Así que, para el
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