Page 709 - El Misterio de Belicena Villca
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En síntesis, tío Kurt, una cosa son los Inmortales enfrentados al plano de
                 la Realidad del Espíritu, donde no tienen más alternativa  que manifestarse
                 monádicamente, como unidad de Luz, para evitar la verdad del Origen: tal como
                 le ocurrió a Bera contigo, no tuvo otra alternativa que vestirse con las Ropas de
                 El Uno, es decir,  con su  Mónada de Luz. Me objetarás diciendo que tal
                 manifestación también ocurrió en el plano de la Realidad Humana, pero te
                 replicaré que tú eres un caso atípico, y lo sabes.  Tú eres como un hombre
                 accidentado, al que una inusual herida deja expuesto uno de sus más
                 íntimos    huesos;      quienes     lo   contemplan       quedan      profundamente
                 impresionados por percibir una realidad íntima, que habitualmente escapa a
                 toda consideración: de modo análogo, quienes han contemplado el Signo
                 del Origen que exhibes involuntariamente, han quedado profundamente
                 impresionados porque han presentido en el descubrimiento la revelación de
                 la otra Realidad, íntima y ajena. En suma, tío Kurt, tu experiencia no tiene valor
                 general, es propia de alguien capaz de exhibir en el plano de la Realidad del
                 Hombre signos de ideas originadas en  el Mundo del Espíritu, propia de un
                 Shivatulku, quizás.
                        Pero en el campo de los seres humanos corrientes, como los miembros no
                 Iniciados de la Casa de Tharsis, como Mamá y Katalina y Yo, las cosas ocurren
                 de acuerdo a la ley antes citada: el dolor debe ser consagrado y sacrificado a
                 Jehová-Dios; y para eso hacen falta Sacerdotes de carne y hueso. De allí
                 que en toda su carta, Belicena Villca  siempre describa a los Inmortales como
                 Diabólicos Sacerdotes ¿Me has comprendido tío Kurt?: ¡para el Sacrificio del
                 Dolor hay que oficiar el Ritual de la Muerte; y, para oficiar el Ritual de la
                 Muerte, hacen falta Sacerdotes sacrificadores!
                        –¿A dónde quieres llegar? O, mejor dicho ¿a dónde crees que tus
                 argumentos me harán llegar? –preguntó tío Kurt, sospechando que mi intención
                 era hacerlo caer en una trampa dialéctica.
                        –Muy sencillo: mi conclusión es, y creo haberla demostrado, que para
                 efectuar asesinatos Rituales como los que ejecutaron ayer, los Inmortales
                 deben presentarse con forma sacerdotal humana . En una palabra, opino que
                 el Comisario Maidana está en lo cierto: los asesinos de mis padres eran seres
                 humanos, Sacerdotes del Crimen que deben  utilizar puñal y fuerza física para
                 reducir a sus víctimas.
                        –... Aunque parece una locura, debo admitir que no carece de sentido.
                 Bien neffe; supongamos que sea así: ¿y qué ganaríamos con ello? ¿dónde
                 estaría la diferencia de la situación?
                        –Ahhh... –suspiré triunfante–. Tu pregunta obedece al  hecho de que ni
                 remotamente consideras la posibilidad de atacar ¿no?
                        –¿Atacar? Creo que sí te has vuelto loco –prejuzgó.
                        –¡Sí! ¡Atacar, atacar a los Demonios!  ¿Qué te pasa, tiito? ¿los treinta y
                 cinco años de vacaciones forzadas te ablandaron? –me burlé–. Me acabas de
                 aceptar que los Demonios, al obrar como Sacerdotes, se transforman en seres
                 humanos ¿entonces qué nos impide ejecutarlos, cobrarnos con sus asquerosas
                 vidas todo el daño que nos han causado?
                        –Pero cómo, Arturo, cómo haríamos eso. Dónde los hallaríamos –había
                 dejado a tío Kurt, virtualmente desconcertado, sin saber qué argumento oponer
                 contra mi descabellada idea–. Y, aún suponiendo que pudiésemos hacerlo ¿de
                 qué nos serviría, de qué serviría a la Estrategia de los Siddhas? ¿No acordamos,

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