Page 711 - El Misterio de Belicena Villca
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–Quizás para Ud. no sea importante, pero Yo antes de irme le hice un
                 ofrecimiento –recordó–. Y  tengo presente todavía  sus insólitas palabras,
                 sugiriendo absurdamente que  “los asesinos no serían humanos”. “Si fuesen
                 humanos, dijo, aceptaría mi ayuda”. ¡Ud. lo dijo!
                        –¡Cálmese, Maidana, que no me voy a desdecir! En efecto, Yo lo creí así,
                 aunque luego he modificado mi opinión y ahora estoy prácticamente de acuerdo
                 con Ud. en que los asesinos serían seres humanos, perversos e infames seres
                 humanos.
                        –¡Bravo, Dr. Siegnagel! Me alegra que haya cambiado de opinión; ahora le
                 resultará más fácil admitir que Yo estaba en lo cierto. ¡Han surgido elementos
                 nuevos en este caso, Dr.!
                        –¿Qué elementos?
                        –Testigos, Dr. Siegnagel. Se presentaron dos testigos que vieron
                 perfectamente a los asesinos –informó con tono profesional–. En este momento
                 están prestando declaración y suministrando la descripción que permitirá
                 reconstruir los rostros de los criminales: una vez confeccionado el identikit, se
                 repartirán miles de ellos en toda la Provincia, y el resto del país, y se iniciará un
                 operativo rastrillo para detectar sus movimientos.
                        Tío Kurt se había puesto lívido. Yo, por el contrario, evaluaba que aquellas
                 noticias beneficiaban a mis planes.
                        –¿Quiénes son los testigos? –quise saber.
                        –Se lo diré con total reserva, pues el caso se halla bajo el secreto del
                 sumario judicial. Fueron dos porteros  de la Empresa Tabacalera, que debían
                 ingresar a las 0,00 hs., a 300 metros de aquí, y pasaron por adelante de la
                 tranquera de entrada casi a esa hora. Como son vecinos, siempre cubren el
                 trayecto en compañía, cada uno con su bicicleta. Y como todas las madrugadas,
                 la de ayer también parecía tranquila:  hasta que al llegar aquí vieron el
                 automóvil.
                        –¡El automóvil! –gritamos a dúo, tío Kurt y Yo– ¿Qué automóvil?
                        –Ajajá –ironizó Maidana– ¿Va viendo cómo sus asesinos son bien
                 humanos?: tanto que hasta circulan en un enorme coche importado.
                        –¿Podría darnos más detalles? –reclamé frenéticamente.
                        –Tenga paciencia, Dr. y le diré todo  lo que sé, que no es mucho. A las
                 11,59, ó 0,00, aproximadamente, los dos hombres comenzaron a rodar sus
                 bicicletas frente a esta Finca. Muy  pronto notaron que más adelante circulaba
                 lentamente un enorme coche negro; iba despacio, como si estuviese buscando
                 una casa determinada, y los ciclistas no se adelantaron por pura curiosidad. Así,
                 pues, siguieron en caravana hasta que, al llegar a la tranquera, el automóvil viró y
                 salió de la ruta, estacionándose en la entrada. Entonces pudieron ver bien a sus
                 ocupantes: eran dos hombres de “aspecto oriental”, vestidos impecablemente
                 de traje negro; incluso uno de ellos  descendió para abrir la tranquera y fue
                 claramente observado por ambos.
                        Los testigos están retenidos desde ayer al mediodía, sólo que a Uds. nada
                 les informaron sobre la marcha de la pesquisa. Lo importante es que se les pasó
                 por el monitor de la computadora un programa etnográfico,  y que los porteros
                 identificaron al segundo  personaje como una especie de “turco” o persona
                 oriunda de Medio Oriente. ¿Qué le dije Dr.? No estuve muy desacertado cuando
                 le sugerí que podrían ser miembros del Mossad.


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