Page 706 - El Misterio de Belicena Villca
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fauna de imbéciles y traidores nos han desprestigiado; Yo no puedo responder
por esos cargos. ¡Mas se equivoca si supone que siempre será igual! Estamos en
otra época, y hay otros hombres: a nuestra generación, Dr. Siegnagel, no la
podrán detener materialmente –afirmó con firmeza–. Somos muchos, tenemos
ideales, y estamos hartos de corrupción y materialismo; se acerca el día en que
propinaremos a las fuerzas sinárquicas un gran escarmiento nacional. ¡Confíe en
nosotros y no se arrepentirá! Ningún enemigo es demasiado fuerte en nuestra
patria como para que no le asestemos un golpe inolvidable. ¡Tal vez no le
ganemos la guerra, pero podemos castigarlo parcialmente, herir su orgullo,
quebrar su soberbia, evitar que saboree el triunfo de sus crímenes! ¿Qué me
dice, Dr.? ¿Es el Mossad? ¿El MI5 inglés? ¿La C.I.A.?
¿Qué responderle al Comisario Maidana?
–Sólo le diré esto, y es lo único: –dije– si el Enemigo fuese humano,
estoy seguro que su ayuda sería efectiva . Sí, Maidana: si el enemigo fuese
humano le aseguro que contaría con su apoyo. Esto le debe bastar.
–Pero ¿qué dice?– preguntó con tono de burla–. Me sorprende que Ud.,
una persona a quien respeto por su sinceridad, me demuestre que recurre a un
simple escapismo para evadir la amenaza de los asesinos. ¡Ud. tiene miedo y no
quiere afrontar el hecho de que tarde o temprano será atacado también por los
asesinos! Porque sino, si estuviese en sus cabales, comprendería que los
asesinos son bien humanos.
–¿Cómo? –exclamé involuntariamente.
–Sí, Dr.; reaccione –solicitó Maidana–. Los asesinos son seres humanos:
si no lo fueran ¿Por qué emplearían cuchillos y porras? –preguntó con
irrefutable lógica policíaca.
Era una conclusión simple, absurda y elementalmente simple. Por eso no
podía aceptarla, le negaba entrada en mi razón; por eso, y por provenir de
Maidana, un mero policía salteño.
–¡No! ¡No! –negué tercamente– Ud. no comprende la naturaleza del
Enemigo. Ud. no puede ayudarnos.
Me había encerrado en una lamentable actitud infantil, cuando la
intervención de tío Kurt nos sorprendió a ambos.
–¡Sí puede ayudarnos! –aseguró.
Lo miramos boquiabiertos.
–Quizás pueda conseguir que nos devuelvan los cuerpos de Katalina y los
niños –sugirió.
–¡Ah! –suspiró Maidana–. Se trata de un trámite burocrático. Es otra la
clase de ayuda que vine a ofrecerle, pero no crean que los voy a defraudar si me
piden un favor.
Observó su reloj pulsera y agregó:
–Son las 2,15. Mala hora para hacer gestiones. No obstante me llegaré
hasta la Comisaría local para indagar qué sucede con esos cuerpos, y luego
regresaré. ¡No olvide lo que le dije, Dr.! Mientras tanto, considere mi ofrecimiento.
Capítulo VI
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