Page 28 - Mitos de los 6 millones
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su nada humanitario mamotreto en Londres, en 1942, cuando la patria de su pasaporte, el
Canadá, ya estaba oficialmente en guerra con Alemania. En el bando soviético, la
declaración más inaudita fué hecha por su Ministro de Propaganda, Ilya Ehrenburg, quien,
al acercarse las tropas bolcheviques a Alemania lanzó, por radio, la siguiente proclama:
«Asesinad, valientes soldados del Ejercito Rojo. En Alemania, nadie es inocente. Ni
los vivos ni los aún por nacer... Aplastad para siempre en sus madrigeras a las bestias fascistas.
Destrozad violentamente el orgullo racial de las mujeres alemanas. Tomadias como botín.
Asesinad, bravos soldados rojos! ».
Si los judíos, independientemente de su nacionalidad de pasaporte, toma–ron parte
activa en el desencadenamiento de la guerra contra Alemania y en el endurecimiento de la
misma, como apóstoles de las matanzas injustificadas de civiles y de la sistemática
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violación de las leyes de la guerra en el tratamiento dado a los soldados alemanes,
también fueron los instigadores de los procesos de desnazificación, cuya culminación la
constituyó el Proceso de Nuremberg. A partir de la Conferencia de Placentia Bay, en que se
habló por primera vez de los procesos contra los «criminales de guerra» alemanes, el
Congreso Mundial Judío, ya en 1942, es decir, un año antes de que empezaran, según los
acusadores del bando Aliado, las ejecuciones masivas de judíos en los campos de
concentración alemanes, empezó a redactar las listas de tales «criminales».
Los campos de concentracion
Los llamados modernos medios de Información que, en honor a la Verdad, debieran
ser apodados de «Desinformación», han presentado una imagen convencional del problema.
El contencioso germano-judío ha sido fallado por la Historia Oficial de la post-guerra de
manera totalmente maniquea. Los nazis y, por extensión, los alemanes todos, eran unos
brutos salvajes que encerraban a los judíos de Alemania y de los países que lograron ocupar
militarmente en unos campos de concentración, con la finalidad de exterminarlos en
crematorios y en cámaras de gas. Los judíos eran unas inocentes criaturas, que se dejaban
llevar mansamente al matadero, entonando a coro el Cantar de los Cantares. Esa imagen ha
sido reiterada, ad nauseam, en revistas y periódicos, por la radio y la televisión de todos los
paises, beligerantes o no en la pasada guerra... Docenas, centenares de peli culas han
aparecido y aparecen aún, pasados treLnta años del final de la contienda, repitiendo
obsesivamente el mismo leit motiv: alemanes estúpidos, nazis asesinos, judíos inocentes y
holocausto infernal de seis millones de personas, perpetrado con refinamientos de crueldad
inconcebibles en seres que se suponen civilizados.
Antes de entrar decididamente en lo que constituye el tema central de la presente
obra, esto es, la demostración de que no existió un plan oficial aleman para la
exterminación masiva de los judíos por el hecho de serlo y que, en cualquier caso, la cifra
de bajas judías, por todos los conceptos, de resultas de la conflagración mundial, no pudo
sobrepasar el 10 por ciento de la cifra oficial, hemos querido situar el problema en sus
justos y excatos términos. Tal vez nos hayamos extendido excesivamente en los
precedentes epígrafes, pero ello nos ha parecido impréscindible para una nueva evaluación
precisa del problema. Bien intencionados de la escuela revisionista se han sumergido de
lleno en el tema, olvidándose de los antecedentes del mismo, y limitándose a señalar la
imposibilidad material de la cifra de seis millones de exterminados. Un tal planteamiento,
1 Históricamente, fué el judaico Ministro del Interior de la III República Francesa, Mandel
(Rothschild), quien ordenó el fusilamiento sumarísimo de los paracaidistas alemanes, desde Febrero
hasta Mayo de 1940. (N. del A.).
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