Page 66 - Mitos de los 6 millones
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mercancias en el que se encontraron unos quinientos cadáveres. Se trataba, principalmente,
                        de prisioneros de guerra rusos, muchos de ellos enfermos del tifus, que quedaron
                        abandonados en una vía muerta de la estación de ferrocarril de Dachau, tras un bombardeo de
                        la aviación anglo-americana, unas semanas antes del abandono del campo por la mayor
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                        parte de los guardianes alemanes. Butz afirma   que la versión de Gun y de Lenz es falsa en
                        lo que se refiere al ametrallamiento colectivo de los guardianes; en todo caso, el delegado de
                        la Cruz Roja omitió mencionar el «incidente» en su informe.
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                              Según afirma el ya citado Fiscal norteamericano Pinter,   encontrar cadáveres en los
                        trenes alemanes hacia finales de la guerra no era nada extraordinario, incluyendo los trenes
                        ordinarios de pasajeros. A finales de Enero de 1945 llegó a Berlin un tren con ochocientos
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                        refugiados civiles, todos ellos muertos de frío.  El indescriptible caos creado por los
                        bombardeos de los Aliados hacia que para un viaje de un par de horas se invirtieran, a veces,
                        ocho días, sin alimentos y sin calefacción. En el caso de Dachau, a donde afluían, desde
                        Enero de 1945, muchos prisioneros de guerra rusos, la situación era todavía más grave
                        debido al aludido bombardeo de la población, que afectó necesariamente al servicio de
                        suministros al campo de concentración,a parte de que en el mismo, según Rassnier, cayeron
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                        también numerosas bombas.  En ese campo, según fuentes americanas, se encontraron a
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                        unos 35 ó 40 mil prisioneros de guerra soviéticos,   casi todos ellos en avanzado estado de
                        infección tífica, y muy desnutridos. Los baños-ducha para despiojar (las, en un principio
                        llamadas «cámaras de gas») eran demasiado reducidos; no daban abasto para la población del
                        campo. En los cuatro pri meros meses de 1945 se produjeron quince mil muertes a causa
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                        del tifus.   En 1946, el Secretario de Estado del Gobierno «autónomo» de Baviera, Philip
                        Auerbach, descubrió, en Dachau, una placa en la que podía leerse:
                                       «Esta zona se considerará, desde hoy en adelante, como el altar del sacrificio de
                                 238.000 judíos que aquí fueron asesinados en los hornos crematorios».
                              Este señor Auerbach, por cierto un judío, de profesión abogado, se especializó en
                        demandas judiciales al titulado gobierno de Baviera para obtener sumas inmensas de dinero
                        en concepto de «reparaciones» a losfamiliares de los judíos gaseados y cremados en
                        Dachau. Hasta que un buen día se demostró que tales «victimas» – y, menos aún, sus
                        «familiares» – no existieron nunca, y que todo no pasaba de ser una burda estafa. Y el señor
                        Auerbach fue a la cárcel.
                              Hoy en día, la placa de los «238.000» ha desaparecido, por ser la cifra
                        manifiestamente imposible y por no haberse podido aún llegar, en Occidente, al
                        inconmensurable cinismo del Este donde se mantiene todavía el mito de Auschwitz. La
                        placa ha sido discretamente quitada. Porque tras sucesivas rebajas impuestas por la
                        Aritmética, se ha llegado a la cifra máxima de 20.600 muertes, la mayoría causadas por el
                        tifus y la desnutrición en los últimos meses de la guerra.
                              El Cardenal Faulhaber, Arzobispo Católico de Munich, informó a los americanos
                        de que, durante los bombardeos aéreos de la capital bávara en Septiembre de 1944 perecieron
                        treinta mil personas. El propio Arzobispo pidió a las autoridades alemanas que incineraran
                        los cuerpos de las víctimas en el crematorio de Dachau. Desgraciadamente, ese plan no
                        pudo llevarse a cabo. El crematorio, que sólo poseía un horno – que se utilizaba para
                        incinerar a los internados que morían de muerte natural y especialmente de enfermades

                        1   Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieth Century».
                        2   Stephen F. Pinter, Id.
                        3   Christopher Burney: «The Dungeon Democracy».
                        4   Paul Rassnier: «La Mentira de Ulyses».
                        5   Boletín de la «American Association for the Advancement of Science». (Asociación Americana para
                        el Progreso de la Ciencia).
                        6   Boletín de la Cruz Roja Internacional, 1947.

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