Page 50 - Santoro, Cesare El Nacionalsocialismo
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con la revolución nacionalsocialista. En su viaje no hay intenciones ocultas de ninguna
clase, nada que pueda disociar más a una Europa ya suficientemente disociada. La
consolidación del eje Roma-Berlín no va dirigida contra ningún otro Estado. Los
nacionalsocialistas y los fascistas quieren la paz, pero una paz efectiva y provechosa.
Por tanto el resultado de esta visita a Berlín significa: Paz. El fascismo y el
nacionalsocialismo han dado a Italia y a Alemania una nueva fisonomía y ésta es
precisamente la que Mussolini quería conocer en Alemania. Ahora se ha convencido de
que la nueva Alemania constituye un elemento fundamental de la vida europea.
El nacionalsocialismo y el fascismo tienen muchos elementos ideológicos que les son
comunes, y en todas partes el mismo enemigo: la Tercera Internacional. Ambos pueblos
creen en la voluntad como la fuerza motriz de su vida y rechazan la doctrina del
materialismo histórico. Ambas ideologías glorifican el trabajo en sus múltiples formas
de manifestarse, como el signo de la nobleza humana; ambas se apoyan igualmente en
una juventud educada con disciplina, perseverancia, amor a la patria y desprecio a la
vida cómoda. Ambas persiguen el mismo fin de autarquía económica, pues sin ésta
independencia se compromete también la independencia política. Italia, por las
criminales sanciones económicas, ha podido sentir este peligro. Estas sanciones se
ejecutaron con todo rigor pero no consiguieron su objeto y dieron ocasión a Italia de
mostrar al mundo su capacidad de resistencia. Alemania no se adhirió a estas sanciones,
Italia nunca lo olvidará.
Ese ha sido el momento en que por primera vez ha aparecido la necesidad de una íntima
colaboración entre ambos países. El llamado eje Roma-Berlín constituyóse ya en el
otoño de 1935 y desde entonces ha servido para una aproximación cada vez mayor de
ambos pueblos y para robustecer políticamente la paz. La ética del Fascismo exige
hablar con claridad y franqueza y marchar con un amigo hasta el fin. Ni en Alemania ni
en Italia existe una tiranía. Ningún gobierno del mundo posee la adhesión del pueblo en
las proporciones que los de Alemania e Italia; de ahí resulta que estos dos países tienen
las mayores y más legítimas democracias del mundo. En ciertos países y bajo la capa de
los inalienables derechos del hombre, domina la política de las potencias del oro, del
capital, de las sociedades secretas o la de los grupos políticos en lucha continua unos
contra otros. Otros postulado común entre Alemania e Italia es la lucha contra el
bolchevismo, esa forma moderna de tenebroso dominio bizantino de la fuerza bruta, de
esa inaudita explotación de la fácil credulidad de las masas humildes, de ese régimen de
hambre, de sangre y de esclavitud.
Esta forma de la degeneración humana, después de la guerra, ha sido combatida por el
fascismo con la palabra y con las armas, pues allí donde no basta la palabra y lo exigen
circunstancias amenazadoras, es necesario acudir a las armas. Así lo ha hecho Italia en
España, donde millares de voluntarios italianos fascistas han caído para la salvación de
la cultura europea; de una cultura que todavía puede vivir un renacimiento si se aparta
de los falsos y engañosos ídolos de Ginebra y Moscú. Ni Alemania ni Italia hacen
propaganda fuera de sus fronteras para ganarse prosélitos porque en verdad poseen
fuerza suficiente y la Europa de mañana por imperativo lógico de los hechos llegará a
ser fascista. Alemania se ha despertado ya; qué Europa despierte y cuándo no se sabe,
puesto que fuerzas ocultas pero bien conocidas están trabajando para convertir una
guerra civil en una conflagración mundial. Es importante pues, que Alemania e Italia
estén unidas bajo una misma e inconmovible resolución.
El 29 de septiembre, ante el Duce y el Führer, tuvo lugar en Berlín una gran parada
militar. El mismo día, después de una permanencia de tres días en la Capital, salió
Mussolini de Berlín con el Lugarteniente del Führer quien le acompañó hasta la
frontera.
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