Page 116 - Egipto TOMO 2
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EL CAIRO
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los rumores más bellos que pueden escapar del pecho del hombre. Semejante idea no es de
hoy ni de ayer; pues ya en el mismo Evangelio se lee: «El esposo es el que tiene la esposa;
mas el amigo del esposo se llena de gozo con oir la voz del esposo 1 .»
Uno de nuestros amigos, el jeque Alí, se halla enfermo de gravedad. Tendido en el lecho
tranquilo como buen musulmán, sólo revela sus sufrimientos uno que
del dolor, resignado y
otro quejumbroso Allah (Dios) que involuntariamente escapa de sus labios. Tal era su estado
cuando lo dejamos ayer. Esta mañana á primera hora nos ha anunciado un conocido que al
amanecer la muerte ha puesto término á sus acerbos
dolores. Al sentir que su fin se acercaba, apoyándose
en su hijo hase levantado, y con auxilio de sus hijos y
de sus mujeres, que gimiendo y profundamente con-
movidas, á indicación suya, lo han colocado de manera
que su rostro mirara hácia el sitio donde se levanta la
tumba del Profeta, ha exhalado su postrer aliento.
En tanto ha latido su corazón han perseverado todos
los presentes en sus oraciones, diciendo una y otra
vez: «No hay más Dios que Allah, y Mahoma es el
» profeta de Allah! No existe fuerza ni poder que no
» proceda de Dios poderoso y omnipotente. De Dios
»procedemos y á Dios debemos volver.» Mas en cuanto
ha dejado de existir, las mujeres, atentas al cumpli-
REPRESENTACION ANTIGUA DE PLAÑIDERAS DE DIFUNTOS
miento de los ritos prescritos por la religión, han pro-
rumpido en amargo llanto, y con gritos desgarradores han dejado sentir el oualouala, es
decir, la lamentación fúnebre, que llevada á lo lejos en medio del silencio de la noche, ha
anunciado á los vecinos la triste nueva. Las mujeres lanzando exclamaciones distintas, tales
como: «¡Oh mi señor, amparo mió, mi camello!» mesábanse el pelo y se golpeaban el pecho;
en tanto que los individuos de la familia pertenecientes al otro sexo, los hijos y los criados,
con notoria gravedad y la mayor sangre fria, ocupábanse en los preparativos indispensables
para el entierro que debe celebrarse mañana. La costumbre exige que las mujeres orientales
manifiesten su amargura y dolor de la manera que dejamos expuesta; mas aún sin exigirlo la
* San Juan, III, 29.