Page 117 - Egipto TOMO 2
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EL CAIRO
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de la herencia. Para ello se comienza por inutilizar el sello del difunto, que equivale a su
firma, previa la repetida estampación del mismo en un registro en el cual se condigna suma-
riamente el estado en que el muerto ha dejado sus negocios. Es esta la ocasión que deben
aprovechar los acreedores para consignar sus derechos, puesto que el uso dispone que be dé
la preferencia á aquellos que han reclamado
hallándose el cadáver en la casa : no hay pues
para qué decir si se han dormido en las pajas
los que tenian asuntos pendientes con el jeque
Alí, sea con motivo de negocios, sea con el
carácter de proveedores de su casa. Con lo
dicho ya puede comprenderse que la casa
mortuoria se convierte en teatro de disputas y
A
CANTORES CIEGOS
según un cuadro de un sepulcro egipcio discusiones que revisten un carácter por de-
más repugnante: los gritos, las quejas, las interjecciones se llevan en un diapasón tan elevado
que llegan hasta la calle, y como á esta gritería se unen los lamentos de las inconsolables
mujeres, excusado es decir que la casa mortuoria, más que de tal, ofrece los caractéres de
un mercado, hasta tanto que ponen término á semejante baraúnda los buenos oficios de
algunos jeques respetables por su experiencia y saber. Envuelto el cadáver en diferentes
lienzos y cubierto de un chal de casimir rojo, se le deposita en el ataúd, que consiste en una
caja de madera sin tapadera, algo más alta por uno de sus extremos que por el opuesto, de
manera que más parece cuna que caja mortuoria, la cual tiene debajo dos palos ó travesaños
que hacen oficio de camilla ó parihuelas : en lugar de llevarse ésta de manera que el cadáver
tenga los piés por delante, condúcese de modo que la que va delante es la cabeza. En cuanto
aparece en la puerta de la casa se forma el cortejo fúnebre: abren la marcha los muchachos,
uno de los cuales lleva un Coran en un atril
de madera de palma cubierto con un paño, en
tanto que los demás cantan á voz en grito é
incesantemente la siguiente sentencia: «Mi
» corazón ama al Profeta y á quien se inclina
»para bendecirle.» A los muchachos siguen
los hombres que, cual acontecia con los canto-
res del antiguo Egipcio, son reclutados entre
los ciegos, y en una salmodia monótona y PLAÑIDERAS
Según un cuadro de un sepulcro de Nefer-Hotep, en Tébas
perdurable, repiten incesantemente la conoci-
da profesión de fé de la religión musulmana. Sin orden ni concierto y rodeados de pihuelos
de las calles, avanzan después los varones de la familia, los amigos y conocidos del jeque Alí,
por último y junto al féretro, cuatro mancebos ciñendo fajas de seda de diversos colores, que
y
llevan vasos llenos de agua de rosas é incensarios con los cuales perfuman el cortejo del
difunto. Detrás del ataúd marcha la turbamulta de las mujeres, vestidas de azul, cubierta la