Page 127 - Egipto TOMO 2
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EL CAIRO 127
horno lindísimos pastelillos redondos y dorados, que cubiertos como están son de exquisito
sabor, según dicen: pues áun cuando teníamos intención de comerlos, cambiamos de intento
para marchar en pos de una comitiva de derviches que al son de una extraña música y á la
luz de leerás se dirigían á practicar sus ejercicios. Xo habíamos llegado áun á la tienda que
se habia levantado para que en ella los ejecutaran, cuando vino á sorprendernos un nuevo
espectáculo no ménos maravilloso. Un artista, primo hermano carnal de nuestros confiteros,
mantiénese de pié sobre un tablado, encima del cual gira un mostrador que tiene en su centro
un gran farol, cuya luz se proyecta sobre los caprichosos edificios de crocán que se elevan á
su alrededor, llevándose en pos de sí todas las miradas. Delante de todo este aparato, dos
muchachos embebecidos en la contemplación del dulce objeto de sus deseos, y que según
parece no están en camino de ver realizadas sus fervientes esperanzas, pues áun cuando para
ello han establecido una sociedad, no sé si anónima, cooperativa ó en comandita, reuniendo
para ello sus respectivos capitales, dos piastras en monedas de cobre, no son cantidad bastante
para ablandar el endurecido corazón del hombre del farolón. Con todo, los rapaces, con una
locuacidad y una perseverancia verdaderamente árabes, no desmayan en la tarea de demos-
trarle que no hay en el mundo quien tenga derecho á pedir nada ménos que dos piastras por
uno de sus crocanes; sin embargo, sus fuerzas desmayan ya y están resueltos á renunciar á
su intento, cuando una moneda salida á deshora para ellos, del fondo de uno de nuestros
bolsillos, viene á realizar de un modo imprevisto el logro de sus deseos.
En el lado opuesto de la calle óyese el rumor producido por numerosas campanillas. Es
caballitos, en el cual así se divierten los pequeños como los
un puesto de columpios y
mayores. A su lado una voz estentórea nos invita á contemplar las proezas, maravillas y
fuerzas nunca vistas de atletas incomparables. De paso podemos contemplar un grupo de
muchachos que á través de un agujero practicado en el lienzo, contemplan grátis tan nunca
visto espectáculo, y nos dejamos arrastrar hácia la llanura, algo baja, que propiamente
hablando, constituye el verdadero lugar de la fiesta. En cuanto penetramos en ella, nos
singular animación que reinan en la misma. Imagínese un
sentimos fascinados por el brillo y
extenso círculo de hermosas tiendas profusamente iluminadas, y en el centro del mismo el
sitio desde el cual se disparan los fuegos artificiales consistentes singularmente en millares de
voladores, que como otras tantas escalas de Jacob enlazan el cielo tachonado de radiantes
estrellas, con ese rincón de la tierra tan dichoso y contento en esta noche primaveral. Al
salir del circuito, y después de haber aspirado con \erdadera satisfacción el ambiente fiesco y
perfumado, hemos dado una vuelta para ver lo más notable que se encuentra en las calles
improvisadas que rodean la plaza. En el lado izquierdo de la llanura se encuentran las tien-
das de la policía, del gobernador, de los ministros y del virey, y detrás de ellas las de los
particulares y de las comunidades religiosas. Éstas llaman especialmente nuestra atención y
con el fin de acercarnos á las mismas nos inclinamos hácia la derecha. En todas ellas se
observa numerosa muchedumbre; y así como en ésta, por ejemplo, los circunstantes forman
círculo en torno de un lector que da cuenta de la historia del nacimiento del Profeta, sin