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manera que san Pablo exhorta á los fieles á orar sin descanso: pero así como unos han consi-
derado esta mención como un deber sencillo, en virtud del cual deben tener siempre presente
el nombre de Dios, otros,—v son los más, — dando á la palabra una interpretación ménos?
lata, imaginan que sólo cumplen repitiendo incesantemente y en alta voz el nombre de Allah.
De aquí el establecimiento del zikr , palabra tomada del Coran. Hoy mismo los musulmanes
ilustrados y formales sostienen que para llenar las prescripciones del Coran basta con repetii
lentamente y de tarde en tarde la palabra Allah, y que es una corruptela que debería proscri-
birse y conviene evitar, todo eso de las contorsiones, los movimientos acompasados y los
bailoteos al compás de la música. En un principio, para ensalzar las buenas prendas de un
hombre piadoso, solia decirse que mencionaba incesantemente á Dios, expresión que valia
tanto como decir que sus pensamientos se consagraban de continuo al Todopoderoso
mas semejante concepción no tardó en degenerar de su primitiva pureza en la mente de las
establecimiento de nume-
muchedumbres. Sobrevino al cabo de poco tiempo la fundación y
rosas sociedades y corporaciones religiosas, cuyo fin común y principal fué la mención del
nombre de Dios, y como el oriental, según hemos tenido ocasión de observar en nuestra
visita á la mezquita de el-Azhar, propende especialmente á comunicar animación y fuerza al
espíritu por el balanceo del busto, la expresión, que en un principio era grave y tranquila, fué
paulatinamente animándose, hasta alcanzar esos ademanes y actitudes más ó ménos Holen—
tos. Favoreció por otra parte tales modificaciones el desenvolvimiento del misticismo musul-
mán nacido bajo diferentes influencias extranjeras: según las doctrinas por él preconizadas,
el creyente debe esforzarse en confundirse, en abismarse completamente en la Di\imdad, en
revestirse de ella; en olvidar cuanto rodea al hombre y hace impresión en sus sentidos, para
no sentir ni pensar más que una sola cosa: «Allah.» Pues bien, las contorciones \ el balan-
ceo, indefinidamente prolongados, proporcionan un medio, apropiado como pocos, para la
realización de semejante fin, por lo mismo que aturden el espíritu, producen vértigos y dan
lugar á accidentes nerviosos y hasta á calambres más ó ménos persistentes. De aquí que
cuando uno de los que toman parte en el zikr viene al suelo anonadado á consecuencia de tan
violento ejercicio y, echando espuma por la boca, se revuelve en bruscas convulsiones, se diga
envidia que es melbus, es decir, que está revestido de Dios. Semejantes ejer-
con admiración y
cicios religiosos propagáronse rápidamente entre los egipcios, inclinados de antiguo á cuanto
actualmente se hallan por demás generalizados, hasta el punto de haber
sabe á misticismo, y
tomado el carácter de regocijo popular. Sabido es que el mecerse ó balancearse de un modo
acompasado, acompañando al movimiento la voz de los que á tal ejercicio se entregan, produce
un verdadero placer, placer que en nuestra niñez hemos todos experimentado repetidas veces:
ahora bien, semejante movimiento, durante mucho tiempo continuado, puede producir fatales
consecuencias: mas ¡qué importa! el creyente que nota que se le va la cabeza, que se halla
dominado por el vértigo , que se le crispan los nervios, y por ende que se halla en situación
propincua de ser melbus, ve realizado el fin que se proponía, y dominado por la emoción y
presa de verdadera embriaguez, persevera en su tarea hasta que se agotan por completo todas
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