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EL CAIRO                    133
             é intercesión para con Dios; puesto que si todo el mes trae consigo gran copia de bienes, en
             ningún dia son tan copiosos y abundantes como en el duodécimo, especialmente bendecido
             por el piadoso Allah.
               Epílogo apropiado á esta dilatada serie de festejos y diversiones es la doseh ó cabalgata,
             que tiene lugar en la mañana del dia siguiente. Dada la nombradla que ha alcanzado, áun
             en Europa, esta ceremonia religiosa, y las muchas descripciones que se han hecho de ella
             hasta por viajeros superficiales, se comprende que no sean escasos los errores en que se ha
             incurrido respecto de  la misma. Se cree ver en  ella algo que es propio del Islam; un
             producto orgánico de la religión de Mahoma; cuando lo que realmente revela es una ma-
             nifestación del culto de los santones: de  la superstición que se ha desarrollado entre los
             habitantes del Cairo contra la cual se subleva el ánimo de todos los partidarios del Islam,
             excepción hecha de los habitantes de la aldea de Berza, cerca de Damasco, que también han
             querido tener su cabalgata. Fenómeno tan singular debe tener por fuerza su origen en una
             antigua costumbre local. Confirma semejante opinión la siguiente leyenda: «El segundo jefe
             »del orden de los derviches, Sadijah, inmediato sucesor del que fundó á Saad, cabalgó un dia,
             » ignórase la causa, desde la ciudadela del Cairo hasta su casa, que estaba muy lejos, pasando
             »por encima de pedazos de vidrio sin que quebrara uno solo.» En el fondo de esta tradición
             singular ha de haber algún hecho para nosotros desconocido: de otra suerte no se explica la
             razón del privilegio concedido á todos los jefes de secta, de pasar impunemente á caballo
             no  sólo sobre  pedazos de  vidrio,  sino encima de cuerpos humanos.  Acaso semejante
             ceremonia no tiene más objeto que la glorificación de una orden de derviches: la superstición
             popular se presta fácilmente á este  sacrificio, por lo mismo que todo aquel á quien ha
             alcanzado el casco del caballo, se juzga perdonado y aún redimido, en virtud del milagro de
             que ha sido objeto. Lo mismo que los vidrios de la leyenda, según aseguran los Sadijahs,
             ningún detrimento experimentan en sus personas aquellos sobre cuyos cuerpos tiene lugar la
             cabalgata. Al decir de los testigos presenciales, áun cuando  el milagro debe realizarse sin
             distinción de justos y pecadores, no existe memoria de que se haya verificado la ceremonia
             del doseh sin  el correspondiente producto de fracturas y contusiones; mas en materia de
             milagros sabido es que no se tienen en cuenta las bolas negras. Sea dicho en honor de los
                          especialmente de los profesores de la mezquita de el-Azhar: éstos miran
             cairotas instruidos y
             con repugnancia y hasta con prevención  la ceremonia que nos ocupa, como desprovista de
             racional fundamento y  contraria á la ley, y en repetidas ocasiones han elevado su voz en son
             de protesta respecto de la tolerancia con que mira el virey la práctica del doseh. Mas todo
             esto no ha sido inconveniente para que las muchedumbres, y entre ellas no pocos europeos,
             asistan con verdadera fruición á presenciar  el espectáculo. A eso de las diez, á cuya hora
             llegamos á la plaza, veíase ya una larga fila de coches ocupados por las mujeres del harem ó
             por damas europeas, parados en uno de los lados de aquella, en tanto que en el opuesto se
             levantaban diferentes tiendas llenas de hombres, y entre ellas la destinada al gobernador.
             Penetremos en una de éstas, puesto que tendremos que aguardar dos horas hasta tanto que
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