Page 214 - Egipto TOMO 2
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poráneos pi’efieren á sus aventuras los cantos de Abu-Zeid, en cambio los escuchan con
mayor placer que las historias de las Mil y una noches.
Nada más sorprendente que el panorama que se disfruta desde la entrada de dichas grutas:
el cementerio árabe; la ciudad con sus numerosos alminares; los campos perfectamente labra-
dos y fertilizados, merced á un sistema de riego muy bien entendido; y por último el Xilo,
ofreciendo en una de sus orillas la cordillera líbica y la arábiga en la opuesta. El geólogo
encuentra junto al camino interesantes petrificaciones: el arqueólogo innumerables grutas,
grandes y pequeñas, excavadas en la piedra por la mano del hombre: aquí inscripciones; allí
restos de animales embalsamados, especialmente de perros y chacales. Y no es extraño,
porque Siut era la ciudad del Anubis, el que abría los caminos celestes, á quien estaba consa—
gibado el canis niloticus, cuya cabeza brillaba también sobre los hombros de la divinidad. Los
griegos confundieron con el lobo á ese vigilante de las tumbas, y de aquí que dieran á Siut el
nombre de Lykonpolis,
la ciudad de los lobos.
Sea como quiera, cúm-
plenos dejar consignado
que se han encontrado
en estos sitios huesos de
lobos momificados, exis-
tiendo aún en Egipto
cuatro especies de perros
salvajes, entre los cua-
les puede reconocerse el
lobo, bien que de tama-
LOBO EGIPCIO (DIB)
ño más pequeño que el
nuestro. El naturalista le da el nombre de canis lupáster; el felah le llama dib, siendo éste,
al parecer, el animal que fué realmente honrado en Lykonpolis, que se halla representado
en Beni-Hassan. El canis aureus es la especie del chacal que se encuentra en todo el Oriente;
el canis niloticus es una variedad de nuestra zorra, que se distingue de ella por el pelaje más
claro y por las orejas más largas, pero no por su tamaño y demás circunstancias exteriores, si
hemos de juzgar por las representaciones que de ella se encuentran en los monumentos anti-
guos, especialmente el que nos la ofrece uncida á la barca del Sol. El fenek de los árabes,
canis zerda,, es la mitad más pequeño que el anterior, pero á proporción tiene las orejas
más largas. En estas colinas, cubiertas de sepulcros, se han encontrado también esqueletos
de perros domésticos.
Si penetramos más adelante en las gargantas de la cadena líbica, podremos notar varias
cavernas en las cuales se encuentran símbolos cristianos y diminutas inscripciones coptas.
Estas cavernas sirvieron de habitación á los anacoretas que por medio del aislamiento se sus-
trajeron al ruido y á las tentaciones del mundo, de las cuales Rufino y Paladio nos refieren