Page 474 - Egipto TOMO 2
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386           DE LA CIUDAD DE AMON A LA CATABALA
                                                 militares de alto rango. De ella formaban
                 expedición, que iba dirigida por empleados civiles y
                 parte también cincuenta conductores de carretas, arrastrada cada una por  seis pares de
                 bueyes, y muchas acémilas ágiles, destinadas á aprovisionar á los trabajadores. Acompa-
                 ñaban al convoy  artistas de la buena escuela, entre los cuales se contaban ciento treinta
                 escultores: los jefes del mismo, como más tarde los gladiadores imperiales que al morir
                 saludaban alegremente  al César, celebraban entusiasmados al Faraón, con todo y confesar
                 que la travesía del desierto les costó la muerte de nuevecientos hombres, es decir, más del
                 décimo de la expedición. No debe sorprendernos semejante mortalidad, pues aún en nuestros
                 dias difícilmente podría esperar mejor resultado una expedición de obreros que tuviera que
                 valerse de bueyes y no de camellos para el transporte de las provisiones que necesitara en
                 estas vastas soledades. Leopoldo Cárlos Müller, uno de los que mejor conocen  la vida
                 oriental, opina que el camello es tan indispensable á los que de él han menester, que no tiene
                 inconveniente en manifestar la analogía que existe entre uno y otro, y en su calidad de pintor
                 ha hecho buena semejante hipótesis por medio del croquis más cómico é ingenioso que se
                 pueda imaginar.  Resulta de esta larga digresión, que los habitantes
                 del valle del Nilo no empleaban en tiempo de los Faraones el camello,
                 que constituye en  el dia el elemento más importante de que pueden
                 disponer. Y sin embargo, objetos más fascinadores que los que hasta
                 el presente nos han ocupado, atraían al desierto arábigo las caravanas  m
                                                                   f!¡
                 egipcias. En efecto, ¿existe en el mundo imán más poderoso, y que  'i  V
                 más intensamente obre sobre  el ánimo del déspota fastuoso, que el
                                                             EL CAMELLO Y SU CONDUCTOR
                 oro y las piedras preciosas? Pues bien, uno y otras se encontraban
                 en la antigüedad con abundancia entre  el Nilo y  el mar Rojo: las pedrerías, en las célebres
                 minas de esmeraldas  situadas  entre Coptos y  Berenice,  que  Cailliaud  pretende haber
                 descubierto nuevamente  al pié del Gebel Sabara, á cuatro jornadas de marcha al Sur de
                 Koser, con  todo y encontrarse únicamente en dicho punto y no con gran abundancia
                 fragmentos de serpentina fina y de heliotropo;  el oro en las minas, respecto de las cuales la
                 antigüedad nos ha transmitido detalladas noticias desde los tiempos primitivos hasta la época
                 moderna. Menciónanse en las inscripciones: un papiro conservado en Turin, contiene el
                 plano más antiguo de las mismas, y por medio de una proyección particular nos pone de
                 manifiesto  la parte del país en que estaban las minas de oro, cerca del mar:
                                                                    el griego
                 Agatarquides, que floreció en la primera mitad del siglo décimo ántes de Jesucristo, nos ha
                 dejado una descripción detallada y lamentable de la suerte desgraciada que tenian los que
                 explotaban las expresadas minas.
                   Acaso se han vuelto á descubrir cerca de Berenice, en el Gebel Olaki. cerca del Wadi
                 Lechuma: ello es que en dicha región se encuentran minas de oro abandonadas
                                                                    y comple-
                 tamente agotadas, que se explotaban aún por los sultanes mamelucos de Egipto, en los
                 siglos xiv y xv de nuestra era. En cuanto llegó á oidos de Mehemet-Alí la noticia de la
                 existencia de minas de oro en tales regiones, envió á ellas, uno tras otro, diferentes sabios
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