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386 DE LA CIUDAD DE AMON A LA CATABALA
militares de alto rango. De ella formaban
expedición, que iba dirigida por empleados civiles y
parte también cincuenta conductores de carretas, arrastrada cada una por seis pares de
bueyes, y muchas acémilas ágiles, destinadas á aprovisionar á los trabajadores. Acompa-
ñaban al convoy artistas de la buena escuela, entre los cuales se contaban ciento treinta
escultores: los jefes del mismo, como más tarde los gladiadores imperiales que al morir
saludaban alegremente al César, celebraban entusiasmados al Faraón, con todo y confesar
que la travesía del desierto les costó la muerte de nuevecientos hombres, es decir, más del
décimo de la expedición. No debe sorprendernos semejante mortalidad, pues aún en nuestros
dias difícilmente podría esperar mejor resultado una expedición de obreros que tuviera que
valerse de bueyes y no de camellos para el transporte de las provisiones que necesitara en
estas vastas soledades. Leopoldo Cárlos Müller, uno de los que mejor conocen la vida
oriental, opina que el camello es tan indispensable á los que de él han menester, que no tiene
inconveniente en manifestar la analogía que existe entre uno y otro, y en su calidad de pintor
ha hecho buena semejante hipótesis por medio del croquis más cómico é ingenioso que se
pueda imaginar. Resulta de esta larga digresión, que los habitantes
del valle del Nilo no empleaban en tiempo de los Faraones el camello,
que constituye en el dia el elemento más importante de que pueden
disponer. Y sin embargo, objetos más fascinadores que los que hasta
el presente nos han ocupado, atraían al desierto arábigo las caravanas m
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egipcias. En efecto, ¿existe en el mundo imán más poderoso, y que 'i V
más intensamente obre sobre el ánimo del déspota fastuoso, que el
EL CAMELLO Y SU CONDUCTOR
oro y las piedras preciosas? Pues bien, uno y otras se encontraban
en la antigüedad con abundancia entre el Nilo y el mar Rojo: las pedrerías, en las célebres
minas de esmeraldas situadas entre Coptos y Berenice, que Cailliaud pretende haber
descubierto nuevamente al pié del Gebel Sabara, á cuatro jornadas de marcha al Sur de
Koser, con todo y encontrarse únicamente en dicho punto y no con gran abundancia
fragmentos de serpentina fina y de heliotropo; el oro en las minas, respecto de las cuales la
antigüedad nos ha transmitido detalladas noticias desde los tiempos primitivos hasta la época
moderna. Menciónanse en las inscripciones: un papiro conservado en Turin, contiene el
plano más antiguo de las mismas, y por medio de una proyección particular nos pone de
manifiesto la parte del país en que estaban las minas de oro, cerca del mar:
el griego
Agatarquides, que floreció en la primera mitad del siglo décimo ántes de Jesucristo, nos ha
dejado una descripción detallada y lamentable de la suerte desgraciada que tenian los que
explotaban las expresadas minas.
Acaso se han vuelto á descubrir cerca de Berenice, en el Gebel Olaki. cerca del Wadi
Lechuma: ello es que en dicha región se encuentran minas de oro abandonadas
y comple-
tamente agotadas, que se explotaban aún por los sultanes mamelucos de Egipto, en los
siglos xiv y xv de nuestra era. En cuanto llegó á oidos de Mehemet-Alí la noticia de la
existencia de minas de oro en tales regiones, envió á ellas, uno tras otro, diferentes sabios