Page 175 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XXXII





                     A  la  mañana  siguiente  estaba  Elizabeth  sola  escribiendo  a  Jane,
                mientras la señora Collins y María habían ido de compras al pueblo, cuando

                se sobresaltó al sonar la campanilla de la puerta, señal inequívoca de alguna
                visita. Aunque no había oído ningún carruaje, pensó que a lo mejor era lady

                Catherine, y se apresuró a esconder la carta que tenía a medio escribir a fin
                de evitar preguntas impertinentes. Pero con gran sorpresa suya se abrió la

                puerta y entró en la habitación el señor Darcy. Darcy solo.
                     Pareció asombrarse al hallarla sola y pidió disculpas por su intromisión

                diciéndole que creía que estaban en la casa todas las señoras.
                     Se sentaron los dos y, después de las preguntas de rigor sobre Rosings,
                pareció  que  se  iban  a  quedar  callados.  Por  lo  tanto,  era  absolutamente

                necesario pensar en algo, y Elizabeth, ante esta necesidad, recordó la última
                vez que se habían visto en Hertfordshire y sintió curiosidad por ver lo que

                diría acerca de su precipitada partida.
                     ––¡Qué  repentinamente  se  fueron  ustedes  de  Netherfield  el  pasado

                noviembre, señor Darcy! ––le dijo––. Debió de ser una sorpresa muy grata
                para el señor Bingley verles a ustedes tan pronto a su lado, porque, si mal

                no recuerdo, él se había ido una día antes. Supongo que tanto él como sus
                hermanas esta-ban bien cuando salió usted de Londres.
                     ––Perfectamente. Gracias.

                     Elizabeth  advirtió  que  no  iba  a  contestarle  nada  más  y,  tras  un  breve
                silencio, añadió:
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