Page 173 - Orgullo y prejuicio
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––Cierto,  y  en  un  baile  nunca  hay  posibilidad  de  ser  presentado...

                Bueno, coronel Fitzwilliam, ¿qué toco ahora? Mis dedos están esperando
                sus órdenes.
                     ––Puede  que  me  habría  juzgado  mejor  ––añadió  Darcy––  si  hubiese

                solicitado  que  me  presentaran.  Pero  no  sirvo  para  darme  a  conocer  a
                extraños.

                     ––Vamos a preguntarle a su primo por qué es así ––dijo Elizabeth sin
                dirigirse  más  que  al  coronel  Fitzwilliam––.  ¿Le  preguntamos  cómo  es

                posible que un hombre de talento y bien educado, que ha vivido en el gran
                mundo, no sirva para atender a desconocidos?

                     ––Puede  contestar  yo  mismo  a  esta  pregunta  ––replicó  Fitzwilliam––
                sin interrogar a Darcy. Eso es porque no quiere tomarse la molestia.
                     ––Reconozco  ––dijo  Darcy––  que  no  tengo  la  habilidad  que  otros

                poseen  de  conversar  fácilmente  con  las  personas  que  jamás  he  visto.  No
                puedo hacerme a esas conversaciones y fingir que me intereso por sus cosas

                como se acostumbra.
                     ––Mis  dedos  ––repuso  Elizabeth––  no  se  mueven  sobre  este

                instrumento  del  modo  magistral  con  que  he  visto  moverse  los  dedos  de
                otras mujeres; no tienen la misma fuerza ni la misma agilidad, y no pueden

                producir la misma impresión. Pero siempre he creído que era culpa mía, por
                no  haberme  querido  tomar  el  trabajo  de  hacer  ejercicios.  No  porque  mis
                dedos  no  sean  capaces,  como  los  de  cualquier  otra  mujer,  de  tocar

                perfectamente.
                     Darcy sonrió y le dijo:

                     ––Tiene  usted  toda  la  razón.  Ha  empleado  el  tiempo  mucho  mejor.
                Nadie que tenga el privilegio de escucharla podrá ponerle peros. Ninguno

                de nosotros toca ante desconocidos.
                     Lady  Catherine  les  interrumpió  preguntándoles  de  qué  hablaban.

                Elizabeth se puso a tocar de nuevo. Lady Catherine se acercó y después de
                escucharla durante unos minutos, dijo a Darcy:
                     ––La  señorita  Bennet  no  tocaría  mal  si  practicase  más  y  si  hubiese

                disfrutado de las ventajas de un buen profesor de Londres. Sabe lo que es
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