Page 170 - Orgullo y prejuicio
P. 170
CAPÍTULO XXXI
El coronel Fitzwilliam fue muy elogiado y todas las señoras
consideraron que su presencia sería un encanto más de las reuniones de
Rosings. Pero pasaron unos días sin recibir invitación alguna, como si, al
haber huéspedes en la casa, los Collins no hiciesen ya ninguna falta. Hasta
el día de Pascua, una semana después de la llegada de los dos caballeros, no
fueron honrados con dicha atención y aun, al salir de la iglesia, se les
advirtió que no fueran hasta última hora de la tarde.
Durante la semana anterior vieron muy poco a lady Catherine y a su
hija. El coronel Fitzwilliam visitó más de una vez la casa de los Collins,
pero a Darcy sólo le vieron en la iglesia.
La invitación, naturalmente, fue aceptada, y a la hora conveniente los
Collins se presentaron en el salón de lady Catherine. Su Señoría les recibió
atentamente, pero se veía bien claro que su compañía ya no le era tan grata
como cuando estaba sola; en efecto, estuvo pendiente de sus sobrinos y
habló con ellos especialmente con Darcy–– mucho más que con cualquier
otra persona del salón.
El coronel Fitzwilliam parecía alegrarse de veras al verles; en Rosings
cualquier cosa le parecía un alivio, y además, la linda amiga de la señora
Collins le tenía cautivado. Se sentó al lado de Elizabeth y charlaron tan
agradablemente de Kent y de Hertfordshire, de sus viajes y del tiempo que
pasaba en casa, de libros nuevos y de música, que Elizabeth jamás lo había
pasado tan bien en aquel salón; hablaban con tanta soltura y animación que