Page 167 - Orgullo y prejuicio
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Pasaban pocos días sin que Collins diese un paseo hasta Rosings y su
mujer creía a menudo un deber hacer lo propio; Elizabeth, hasta que
recordó que podía haber otras familias dispuestas a hacer lo mismo, no
comprendió el sacrificio de tantas horas. De vez en cuando les honraba con
una visita, en el transcurso de la cual, nada de lo que ocurría en el salón le
pasaba inadvertido. En efecto, se fijaba en lo que hacían, miraba sus labores
y les aconsejaba hacerlas de otro modo, encontraba defectos en la
disposición de los muebles o descubría negligencias en la criada; si
aceptaba algún refrigerio parecía que no lo hacía más que para advertir que
los cuartos de carne eran demasiado grandes para ellos.
Pronto se dio cuenta Elizabeth de que aunque la paz del condado no
estaba encomendada a aquella gran señora, era una activa magistrada en su
propia parroquia, cuyas minucias le comunicaba Collins, y siempre que
alguno de los aldeanos estaba por armar gresca o se sentía descontento o
desvalido, lady Catherine se personaba en el lugar requerido para zanjar las
diferencias y reprenderlos, restableciendo la armonía o procurando la
abundancia.
La invitación a cenar en Rosings se repetía un par de veces por semana,
y desde la partida de sir William, como sólo había una mesa de juego
durante la velada, el entretenimiento era siempre el mismo. No tenían
muchos otros compromisos, porque el estilo de vida del resto de los vecinos
estaba por debajo del de los Collins. A Elizabeth no le importaba, estaba a
gusto así, pasaba largos ratos charlando amenamente con Charlotte; y como
el tiempo era estupendo, a pesar de la época del año, se distraía saliendo a
caminar. Su paseo favorito, que a menudo recorría mientras los otros
visitaban a lady Catherine, era la alameda que bordeaba un lado de la finca
donde había un sendero muy bonito y abrigado que nadie más que ella
parecía apreciar, y en el cual se hallaba fuera del alcance de la curiosidad de
lady Catherine.
Con esta tranquilidad pasó rápidamente la primera quincena de su
estancia en Hunsford. Se acercaba la Pascua y la semana anterior a ésta iba
a traer un aditamento a la familia de Rosings, lo cual, en aquel círculo tan
reducido, tenía que resultar muy importante. Poco después de su llegada,