Page 164 - Orgullo y prejuicio
P. 164
––¡Sí, no lo dudo!, y eso es lo que una institutriz puede evitar, y si yo
hubiese conocido a su madre, habría insistido con todas mis fuerzas para
que tomase una. Siempre sostengo que en materia de educación no se
consigue nada sin una instrucción sólida y ordenada, y sólo una institutriz la
puede dar. ¡Hay que ver la cantidad de familias a quienes he orientado en
este sentido! Me encanta ver a las chicas bien situadas. Cuatro sobrinas de
la señora Jenkinson se colocaron muy bien gracias a mí, y el otro día mismo
recomendé a otra joven de quien me hablaron por casualidad, y la familia
está contentísima con ella. Señora Collins, ¿le dije a usted que ayer estuvo
aquí lady Metcalfe para darme las gracias? Asegura que la señorita Pope es
un tesoro. «Lady Catherine ––me dijo––, me ha dado usted un tesoro.» ¿Ha
sido ya presentada en sociedad alguna de sus hermanas menores, señorita
Bennet?
––Sí, señora, todas.
––¡Todas! ¡Cómo! ¿Las cinco a la vez? ¡Qué extraño! Y usted es sólo la
segunda. ¡Las menores presentadas en sociedad antes de casarse las
mayores! Sus hermanas deben de ser muy jóvenes...
––Sí; la menor no tiene aún dieciséis años. Quizá es demasiado joven
para haber sido presentada en sociedad. Pero en realidad, señora, creo que
sería muy injusto que las hermanas menores no pudieran disfrutar de la
sociedad y de sus amenidades, por el hecho de que las mayores no tuviesen
medios o ganas de casarse pronto. La última de las hijas tiene tanto derecho
a los placeres de la juventud como la primera. Demorarlos por ese motivo
creo que no sería lo más adecuado para fomentar el cariño fraternal y la
delicadeza de pensamiento.
––¡Caramba! ––dijo Su Señoría––. Para ser usted tan joven da sus
opiniones de modo muy resuelto. Dígame, ¿qué edad tiene?
––Con tres hermanas detrás ya crecidas ––contestó Elizabeth
sonriendo––, Su Señoría no puede esperar que se lo confiese.
Lady Catherine se quedó asombradísima de no haber recibido una
respuesta directa; y Elizabeth sospechaba que había sido ella la primera
persona que se había atrevido a burlarse de tan majestuosa impertinencia.