Page 160 - Orgullo y prejuicio
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––No  se  preocupe  por  su  atavío,  querida  prima.  Lady  Catherine  está

                lejos de exigir de nosotros la elegancia en el vestir que a ella y a su hija
                corresponde. Sólo querría advertirle que se ponga el mejor traje que tenga;
                no hay ocasión para más. Lady Catherine no pensará mal de usted por el

                hecho  de  que  vaya  vestida  con  sencillez.  Le  gusta  que  se  le  reserve  la
                distinción debida a su rango.

                     Mientras se vestían, Collins fue dos o tres veces a llamar a las distintas
                puertas, para recomendarles que se dieran prisa, pues a lady Catherine le

                incomodaba mucho tener que esperar para comer. Tan formidables informes
                sobre Su Señoría y su manera de vivir habían intimidado a María Lucas,

                poco acostumbrada a la vida social, que aguardaba su entrada en Rosings
                con la misma aprensión que su padre había experimentado al ser presentado
                en St. James.

                     Como hacía buen tiempo, el paseo de media milla a través de la finca de
                Rosings fue muy agradable. Todas las fincas tienen su belleza y sus vistas, y

                Elizabeth  estaba  encantada  con  todo  lo  que  iba  viendo,  aunque  no
                demostraba  el  entusiasmo  que  Collins  esperaba,  y  escuchó  con  escaso

                interés la enumeración que él le hizo de las ventanas de la fachada, y la
                relación de lo que las vidrieras le habían costado a sir Lewis de Bourgh.

                     Mientras  subían  la  escalera  que  llevaba  al  vestíbulo,  la  excitación  de
                María iba en aumento y ni el mismo sir William las tenía todas consigo. En
                cambio, a Elizabeth no le fallaba su valor. No había oído decir nada de lady

                Catherine que le hiciese creer que poseía ningún talento extraordinario ni
                virtudes milagrosas, y sabía que la mera majestuosidad del dinero y de la

                alcurnia no le haría perder la calma.
                     Desde  el  vestíbulo  de  entrada,  cuyas  armoniosas  proporciones  y

                delicado  ornato  hizo  notar  Collins  con  entusiasmo,  los  criados  les
                condujeron, a través de una antecámara, a la estancia donde se encontraban

                lady  Catherine,  su  hija  y  la  señora  Jenkinson.  Su  Señoría  se  levantó  con
                gran amabilidad para recibirlos. Y como la señora Collins había acordado
                con su marido que sería ella la que haría las presentaciones, éstas tuvieron

                lugar con normalidad, sin las excusas ni las manifestaciones de gratitud que
                él habría juzgado necesarias.
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