Page 157 - Orgullo y prejuicio
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reconociendo que lo hacía muy bien. Pensó también en cómo transcurriría

                su visita, a qué se dedicarían, en las fastidiosas interrupciones de Collins y
                en  lo  que  se  iba  a  divertir  tratando  con  la  familia  de  Rosings.  Su  viva
                imaginación lo planeó todo en seguida.

                     Al día siguiente, a eso  de las doce, estaba en su  cuarto preparándose
                para salir a dar un paseo, cuando oyó abajo un repentino ruido que pareció

                que sembraba la confusión en toda la casa. Escuchó un momento y advirtió
                que alguien subía la escalera apresuradamente y la llamaba a voces. Abrió

                la puerta y en el corredor se encontró con María agitadísima y sin aliento,
                que exclamó:

                     ––¡Oh,  Elizabeth  querida!  ¡Date  prisa,  baja  al  comedor  y  verás!  No
                puedo decirte lo que es. ¡Corre, ven en seguida!
                     En vano preguntó Elizabeth lo que pasaba. María no quiso decirle más,

                ambas acudieron al comedor, cuyas ventanas daban al camino, para ver la
                maravilla. Ésta consistía sencillamente en dos señoras que estaban paradas

                en la puerta del jardín en un faetón bajo.
                     ––¿Y eso es todo? ––exclamó Elizabeth––. ¡Esperaba por lo menos que

                los puercos hubiesen invadido el jardín, y no veo más que a lady Catherine
                y a su hija!

                     ––¡Oh, querida! ––repuso María extrañadísima por la equivocación––.
                No es lady Catherine. La mayor es la señora Jenkinson, que vive con ellas.
                La  otra  es  la  señorita  de  Bourgh.  Mírala  bien.  Es  una  criaturita.  ¡Quién

                habría creído que era tan pequeña y tan delgada!
                     ––Es una grosería tener a Charlotte en la puerta con el viento que hace.

                ¿Por qué no entra esa señorita?
                     ––Charlotte dice que casi nunca lo hace. Sería el mayor de los favores

                que la señorita de Bourgh entrase en la casa.
                     ––Me  gusta  su  aspecto  ––dijo  Elizabeth,  pensando  en  otras  cosas––.

                Parece  enferma  y  malhumorada.  Sí,  es  la  mujer  apropiada  para  él,  le  va
                mucho.
                     Collins  y  su  esposa  conversaban  con  las  dos  señoras  en  la  verja  del

                jardín, y Elizabeth se divertía de lo lindo viendo a sir William en la puerta
                de entrada, sumido en la contemplación de la grandeza que tenía ante sí y
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