Page 166 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XXX
Sir William no pasó más que una semana en Hunsford pero fue
suficiente para convencerse de que su hija estaba muy bien situada y de que
un marido así y una vecindad como aquélla no se encontraban a menudo.
Mientras estuvo allí, Collins dedicaba la mañana a pasearlo en su calesín
para mostrarle la campiña; pero en cuanto se fue, la familia volvió a sus
ocupaciones habituales. Elizabeth agradeció que con el cambio de vida ya
no tuviese que ver a su primo tan frecuentemente, pues la mayor parte del
tiempo que mediaba entre el almuerzo y la cena, Collins lo empleaba en
trabajar en el jardín, en leer, en escribir o en mirar por la ventana de su
despacho, que daba al camino. El cuarto donde solían quedarse las señoras
daba a la parte trasera de la casa. Al principio a Elizabeth le extrañaba que
Charlotte no prefiriese estar en el comedor, que era una pieza más grande y
de aspecto más agradable. Pero pronto vio que su amiga tenía excelentes
razones para obrar así, pues Collins habría estado menos tiempo en su
aposento, indudablemente, si ellas hubiesen disfrutado de uno tan grande
como el suyo. Y Elizabeth aprobó la actitud de Charlotte.
Desde el salón no podían ver el camino, de modo que siempre era
Collins el que le daba cuenta de los coches que pasaban y en especial de la
frecuencia con que la señorita de Bourgh cruzaba en su faetón, cosa que
jamás dejaba de comunicarles aunque sucediese casi todos los días. La
señorita solía detenerse en la casa para conversar unos minutos con
Charlotte, pero era difícil convencerla de que bajase del carruaje.